'Nunca, casi nunca, a veces, siempre': un alegato tan crudo como admirable

'Nunca, casi nunca, a veces, siempre': un alegato tan crudo como admirable

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El tercer largometraje de Eliza Hittman (quien ya sorprendió en 2017 con la muy estimable Beach Rats) no ha podido comenzar mejor el año: Oso de Plata al Gran premio del Jurado en Berlín (con nominación al Oso de Oro) y Premio especial del jurado en Sundance, festival en el que hizo su estreno mundial. En un 2020 tan falto de estrenos fuertes, con la mayoría de productoras aplazando de forma indefinida sus blockbusters, es inevitable preguntarse… ¿puede Nunca, casi nunca, a veces, siempre dar la campanada, o pasará sin pena ni gloria por las salas como les ha ocurrido a tantos otros títulos independientes de calidad?

A la espera de lo que suceda en las taquillas españolas, lo que es innegable es que esta película está llamada a ser una de las más impactantes del año. El film nos presenta a Autumn (Sidney Flanigan), una joven de 17 años que se ve obligada a viajar a Nueva York en secreto para poder abortar debido a que la legislación de su Pensilvania natal es mucho más restrictiva y no permite hacerlo sin consentimiento paterno. El tema ya es delicado de por sí, pero Hittman opta por atajar cuanto antes cualquier ilusión de neutralidad o equidistancia para plantear un discurso abiertamente feminista y proabortista. Si usted, querido lector, siente sudores fríos al escuchar la palabra “patriarcado” (¡no todos los hombres son malos!) u opina que abortar equivale a asesinar bebés, no pierda ni su tiempo ni el de los usuarios de Filmaffinity que van a tener que saltarse su airada crítica de una estrella.

Como consecuencia de este enfoque, la caracterización de los personajes (sobre todo los masculinos) está condicionada por el proceso de liberación de una Autumn que persigue escapar de su condición de víctima indefensa. Con la inestimable ayuda de su prima Skylar (Talia Ryder), la joven se enfrenta a una alienación total: es mujer, menor de edad, forastera, no tiene dinero y, para colmo, parte de la sociedad desea arrebatarle la capacidad de elegir sobre su propio cuerpo.

Pero el gran acierto de Hittman no es solo ideológico. En realidad, lo que convierte esta película en una pequeña obra de arte es el estilo sobrio y naturalista con el que su directora desafía las convenciones narrativas de Hollywood y rechaza recrearse en el melodrama. Nunca, casi nunca, a veces, siempre es lenta, cruda y rara vez se permite el lujo de emocionar, pero cuando lo hace es para dejar una huella imborrable. Incluso las actuaciones de Flanigan y Ryder están marcadas por ese “menos es más” que impregna toda la cinta, dando como resultado un retrato tan realista que es inevitable sentirse golpeado por su dureza. No es, en definitiva, un viaje sencillo, pero ahí reside precisamente su poder. Tanto es así, que mucho tendría que remontar el año para que no acabe consolidándose como uno de los títulos más genuinos y meritorios de todo 2020.