'El Asesino de los Caprichos': víctima de sus errores

'El Asesino de los Caprichos': víctima de sus errores

2´5 Butacas sobre 5

El asesino serial, tan temido en la vida real, ha generado una extraña fascinación del público por generaciones, pero pocas veces con la intensidad vista en 2019: la segunda temporada de Mindhunter, la cinta Extremely Wicked, Shockingly Evil and Vile y los numerosos títulos que han explorado la figura de Charles Manson durante el 50° aniversario de los asesinatos de Cielo Drive, son sólo algunos de los muchos títulos que han abordado el tema. El cine español no podía quedarse atrás, siendo El asesino de los caprichos una destacada adición a la lista al mostrar una serie de crímenes inspirados en la obra de Francisco de Goya.

A diferencia de las cintas anteriormente mencionadas, la dirigida por Gerardo Herrero no ahonda en la psicología de estos personajes, sino en sus motivaciones por la necesidad de castigar a una sociedad decadente. Una premisa interesante, pero que enfrenta toda clase de altibajos en su construcción.

El primero son las evidentes similitudes con Se7en que pueden palparse en la elaborada naturaleza de los crímenes, la dupla investigadora que debe solucionar sus diferencias si busca resolver el caso e incluso la fotografía empleada durante algunas secuencias.

El cineasta busca la identidad propia con la exploración de varios temas: algunos recurrentes en el contexto contemporáneo como la violencia de género, la ética en los medios de información o la corrupción de las autoridades; otros menos explorados como el comercio ilícito de grandes obras artísticas. Aunque sus esfuerzos son loables, esto resulta en una sobresaturación que invariablemente conduce a la superficialidad y los cabos sueltos, lo que además deja la sensación de que la producción pretendía ser políticamente correcta o aprovechar la resonancia actual de algunos debates.

La gran excepción es el feminismo implícito a partir de dos agentes asignadas para la resolución del caso, en donde se rompen los esquemas en ambos mundos: el real y el cinematográfico. El primero es al cuestionar los roles sociales preestablecidos de mujeres en profesiones en las que no son tradicionalmente vinculadas. El segundo al implicar su protagonismo en un género cinematográfico que casi siempre las ha relegado a papeles secundarios. No son perfectas pues, si bien están basadas en el arquetipo del policía bueno/ policía malo, el guion abusa de los clichés y termina condenándolas a la caricaturización. Aun así, la empatía y el interés resulta posible gracias al buen trabajo de Maribel Verdú y Aura Garrido, cuyo talento resulta en intensos duelos entre dos personajes cuyas fricciones se disparan por sus diferentes formas de ver la vida, la brutalidad de los crímenes y las tensiones de sus superiores.

El resto del elenco integrado por Roberto Álamo, Daniel Grao y Ginés García Millán enfrenta situaciones similares con sus respectivos personajes. Todos ofrecen buenas actuaciones, pero dejan la sensación de que pudieron ser mejor aprovechados con bases más sólidas. El último es el más evidente, con una interpretación que parecía destinada a guiarnos por los inframundos del arte, pues aunque su actuación es loable, la construcción del personaje resulta desastrosa hacia el tercer acto.

Finalmente, el diseño de producción es cumplidor durante buena parte del film, sin embargo, sobresale en las escenas del crimen que están inspiradas en los lúgubres Caprichos de Goya. De nueva cuenta, la influencia de Se7en es evidente en todo momento, lo que no evita la extraña repulsión/fascinación ante una serie de visiones dantescas que parecen dar nuevos bríos a un debate surgido hace tiempo y que ha cobrado fuerza en los últimos meses: ¿puede el arte provocar violencia?

El asesino de los caprichos apuntó alto con la intención de ser un thriller memorable y si bien tiene elementos sobresalientes, también tiene demasiados errores y clichés que lo condenan ante un género que ha dado productos de altísima calidad en los últimos años.