'El Agua': Nada calma la sed

'El Agua': Nada calma la sed

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A la pregunta de qué elemento es más poderoso, ¿qué responderían? ¿Tierra, aire, fuego o agua? Aunque todos parecen serlo en su justa medida, el agua, como reflejo de la naturaleza, tiene cierta cualidad –no sabría decir exactamente cuál– que la convierte en una fuerza atrayente, a la par que incontrolable. Las mujeres de Orihuela parecen pensar igual cuando cuentan su vieja leyenda, en la que dicen que algunas muchachas desaparecen en épocas de inundaciones porque “el agua” se las lleva, nadie sabe adonde, para no regresar jamás. ¿Cabría esperar que esta maldición se convirtiera, para algunas, en una bendición? Dejarse llevar por la corriente, sin saber el destino, pero sí con la certera sensación de que una ya no puede permanecer más con los pies en tierra firme…  Podríamos decir, de hecho, que esta es la invitación que Elena López Riera hace a los espectadores nada más comienza la película: “déjense llevar”, parecen decir unas imágenes que fluyen, aparentemente hacia ninguna parte.

El talento de la alicantina, primeriza en el mundo del largo, no se deja ver de forma aparente, sino que más bien rezuma de aquellos detalles menos obvios: la simbiótica mezcla entre testimonios documentales y ficción, la naturalidad con la que actores profesionales y no profesionales interactúan ante la cámara o una narrativa que, aunque simple en su forma, se desliza sin encorsetarse en ningún género en particular. Y aquí precisamente reside la clave de que el agua nos atraiga tanto: la imposibilidad de controlarlo nos descubre, como a las jóvenes de Orihuela, que nosotras también tenemos una fuerza atrayente e ingobernable de la que nunca podremos desprendernos.