4 Butacas de 5
TiffAny lo tiene todo. Guapa, joven, articulista de éxito muy cerca de fichar por el New York Times y a punto de casarse con otro guapo, joven… y millonario. Pero las apariencias engañan y lo que parecen las puertas del Edén no son sino un cadalso en el que internamente agoniza.
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Este es el interesante punto de partida de La chica que lo tenía todo, película estrenada en Netflix y en la que, dirigida por Mike Barker, la protagonista, Mila Kunis, brilla tanto como lo hizo en Cisne Negro, donde era la antagonista de Natalie Portman. Aquí se muestra más contenida y no tiene que sumergirse con toda su alma en ese pozo de oscuridad, aunque también abraza ciertas dosis de ese magnetismo letal.
Y es que Kunis encarna aquí a un patito feo que se reinventó para reinar como cisne blanco. Pero el pasado está ahí y tiene una gran herida por cerrar antes de ser lo que ha decidido ser. Trata de esquivarlo, pero es un abismo demasiado grande como para taparlo sin más: adolescente sin pedigrí en un instituto elitista, fue víctima de una violación múltiple y se vio involucrada en una posterior matanza en un centro que antes prefirió mirar para otro lado y se encontró con el infierno.
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En la cosmopolita Nueva York, Tiff (su nuevo alter ego) ha renunciado a Any, que sigue siendo señalada con la sombra de la duda en un tiempo ya pasado y en un lugar olvidado. Con un físico resplandeciente y nuevo y, sobre todo, con ese cambio en su nombre, ha de decidir entre dejarlo estar y ser efectivamente la chica que lo tiene todo o sumergirse en el pasado, revelar que sigue siendo quien fue, afrontar la utopía de derrotar a los poderosos y arriesgarse a perderlo todo, arrastrando ya para siempre la mirada que se posa en la “víctima” y no en la mujer “de éxito”.
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La película se adentra de lleno en el Me too, pero, siendo ello justo y necesario (la noción de justicia restaurativa es clave), es mucho más que eso y debe rehuir de esa etiqueta. Porque, ante todo, es un combate del alma en el que adentra de lleno al espectador en una decisión trascendental: atreverse o no a quitarse una coraza que realmente nos hace invisibles ante nuestro gran demonio interior.
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