'Los Buenos Modales': consigue llegar más lejos que otras obras conformistas

'Los Buenos Modales': consigue llegar más lejos que otras obras conformistas

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Los Buenos Modales, segundo largometraje de Marta Díaz De Lope tras Mi Querida Cofradía, es una de esas películas que ambiciona ser dos al mismo tiempo.

Por una parte, la premisa narrativa no se aleja demasiado de las comedias costumbristas con un sentido del humor eminentemente español (incluso castizo) como mayor baza para conectar con el público: Milagros y Trini son dos trabajadoras del hogar, amigas de toda la vida, que descubren que los niños a los que cada una de ellas cuida forman parte de una misma familia, separada a causa de un conflicto del pasado, y se ponen como objetivo reunirles de nuevo a través de la astucia y la picardía.

Por otra parte, el tratamiento de este conflicto familiar pretende imbuir de cierto peso dramático a la película. Así, el contraste entre el tono decididamente humorístico que adopta la película durante gran parte del tiempo y aquellos momentos de mayor hondura emocional es notable. A menudo, nos encontramos saltando de un registro a otro de una manera que, potenciada por el montaje ágil que pega las secuencias unas con otras sin dar un respiro, resulta disonante para el espectador.

Sin embargo, una vez que el mecanismo de la pura comedia de enredos se pone en marcha tras un primer acto que se antoja algo errático, como narrado a tirones, los Buenos Modales consigue fluir de un gag verbal al siguiente con un gran sentido del timing cómico gracias a la labor de sus actrices. Las dos parejas de protagonistas son el sostén absoluto de la película.  La primera de ellas está formada por Carmen Flores y Pepa Aniorte como las cuidadoras de los niños, con una intuición y una retórica que sólo puede encontrarse en las vecinas cotillas de mediana edad que se dedican a las que se oye charlar en el rellano. Las réplicas y contra réplicas a velocidad del rayo hacen funcionar fantásticamente aquellos pasajes cuya efectividad recae de manera más decidida en el aspecto más costumbrista y aterrizado de la comedia. Elena Irureta y Gloria Muñoz, como las abuelas de los dos niños peleadas por un conflicto que nunca se verbaliza hasta el último momento, tienen interpretaciones menos vistosas pero igualmente expresivas. Sobre ellas recae, además, todo el peso dramático que va aumentando a medida que avanza la película, donde muestran una gran contención y economía gestual.

Así la apuesta por dos registros tan aparentemente antagónicos como el humor castizo y el drama (casi trauma) familiar resulta admirable, y con todo ello, Los Buenos Modales consigue llegar más lejos que muchas otras obras más conformistas.