'Te quiero, imbécil': un tibio intento por renovar la comedia romántica

'Te quiero, imbécil': un tibio intento por renovar la comedia romántica

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La comedia romántica es vista como un subgénero sencillo, cuando realmente es más desafiante de lo que muchos podrían imaginar. Como prueba sólo basta recordar que algunos de los grandes talentos creativos de todos los tiempos, como Billy Wilder, Woody Allen y Rob Reiner aprovecharon sus características para abordar la complejidad de las relaciones humanas. Esto mismo ha motivado a numerosos cineastas a buscar distintas alternativas para terminar con los estigmas, siendo Laura Mañá la más reciente con Te quiero, imbécil.

La película desafía la premisa básica de que estas historias son exclusivas del público femenino al centrar su atención en Marcos (Quim Gutiérrez), quien enfrenta una dura crisis cuando su novia termina con él tras ocho años juntos, lo que le orilla a replantear su estilo de vida para convertirse en todo un hombre del siglo XXI. Estos esfuerzos coinciden con su reencuentro con Raquel (Natalia Tena), una antigua amiga del instituto cuya autenticidad le hará cuestionar sus objetivos.

El primer acto es prometedor al revertir los métodos preestablecidos, lo que convierte al personaje central en un auténtico niño/hombre confundido ante la adversidad y que recurre a internet como su mejor aliado en la búsqueda de respuestas. No menos importante es que estos primeros minutos plantean muchas de las grandes dudas que el género masculino tiene sobre el mejor accionar ante las mujeres y que pocos se atreverían a preguntar ante los roles preestablecidos por la sociedad.

Los problemas inician con el mencionado reencuentro pues, aunque el personaje femenino mantiene el tono rompedor para desafiar la etiqueta de ‘chica de al lado’, resulta evidente que el guion no sabe cómo mantener la originalidad con la inminente relación. El problema no es lo predecible, sino que la historia se decanta por una ruta tan plagada de fórmulas que sus intentos de rendir homenaje a los grandes clásicos terminan convirtiéndose en plagios tan descarados que deambulan en lo absurdo y que van –spoilers a continuación– del rompimiento de la cuarta pared á la Annie Hall (1977) a la actuación pública de un orgasmo inmortalizada por Cuando Harry encontró a Sally (1989).

Estos problemas coinciden con una confusión en el tono, con un inicio más bien irónico, hasta los cambios del personaje desembocando en algunas bromas que pretenden emular el estilo irreverente de Judd Apatow, pero que se quedan a medias ante la indecisión de la dirección, lo que resulta en un tercer acto meramente convencional.

Finalmente, los altibajos del elenco, con un Quim Gutiérrez y una Natalia Tena que funcionan en el plano individual, pero que no logran transmitir una sensación de intimidad por su tibia química en pantalla. En este mismo plano histriónico, Ernesto Alterio merece una mención aparte, cuya interpretación de influencer/gurú que ayuda a sacar al hombre del siglo XXI no sólo es hilarante, sino lo más destacado de toda la cinta.

Quizá Te quiero, imbécil nunca aspirara a convertirse en la comedia romántica definitiva, pero parecía tener los elementos necesarios para ofrecer una trama fresca y divertida. Una pena, pero sobre todo una nueva prueba de que la realización y la renovación de estas historias es una tarea más desafiante de lo que muchos quisieran aceptar.