'Ema': Sexualidad en tiempos de reggaetón

'Ema': Sexualidad en tiempos de reggaetón

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Han pasado más de tres años desde que Pablo Larraín dirigiese a la excepcional Natalie Portman en Jackie. La película sobre la mujer del malogrado presidente fue una obra complicada, brillante, y desapercibida para Hollywood durante la carrera al Oscar de ese año. Antes de eso, el director ya nos había regalado varias cintas de grandísima calidad, como puede ser El club, Neruda o No, algunas de ellas realizadas con uno de sus colaboradores más conocidos, Gael García Bernal. Ahora, el chileno nos vuelve a traer una película complicada con Ema, su último trabajo.

La historia que nos presenta Larraín en esta película es la de Ema, una joven bailarina que decide separarse de su pareja, Gastón, tras haber devuelto al hijo que habían adoptado ambos. La chica buscará amores y situaciones que consigan calmar esa culpa que la carcome por dentro y que no la deja ser feliz. Sin embargo, aunque no lo parezca, Ema tiene un plan para recuperar a su hijo y su estabilidad emocional y personal.  Todo esto está en un envoltorio cargado de arte, danza, sexo, anarquía y, sobre todo, reggaetón. ¿Qué más podemos pedir?

Con Ema pasa una cosa muy curiosa, y es que dentro de su historia podemos entender varios discursos muy diferentes los unos de los otros, pero con un gran conflicto que lo abarca todo. A causa de esto, la película puede llegar a resultar distinta y fría, a la par que difusa, ya que la fusión de tantos temas con una narración tan complicada no siempre sale bien. A pesar de esto, no podemos dejar de recalcar que Ema es una buena cinta. Lo más positivo que tiene es su discurso sobre la maternidad y la liberación femenina, plasmado de una manera bestial y ardiente (literal y metafóricamente) en toda la película. Una forma de retratar el sentimiento maternal que poseen las mujeres que nunca había visto en el cine.

A pesar de que la película, concretamente, nos hable sobre la maternidad y la mujer, Ema es ante todo un retrato fiel y poco común de la juventud actual, de su miedo al compromiso y de sus ganas de vivir, porque Ema también es un canto a la vida de una manera muy particular. A través de un libreto (firmado, entre otros, por el mismo Larraín), el director construye un relato anarquista y liberador sobre los millennials, sobre esas ganas de vivir de esa generación tan vapuleada. Todo esto, además, queda enmarcado en un contexto artístico tremendo, en el que el reggaetón prima por encima de todo porque sí, también tiene un discurso grandioso a favor del reggaetón. Lo tiene todo, lo que hace que muchas veces no sepas qué discurso está dando y se sienta una película desorganizada.

La dirección de Pablo Larraín es para aplaudir. El chileno dirige todos estos elementos de una manera complicadísima, moviéndose entre situaciones surrealistas y discursos para dejar una película que se podría definir como inclasificable. Es una de estas películas que tienes que ir a ver, que no se pueden contar. Tal vez, en algunos momentos, la dirección de Larraín caiga en la frialdad y se pierda un poco en lo que quiere contar, pero siempre vuelve al camino ardiente y tremendamente sexual de Ema. Además, hay que ser muy valiente para realizar un proyecto así, tan arriesgada y tan polémico. Esta película podría haber salido mal de muchas maneras y ha conseguido que el trabajo sea de sobresaliente.

Siendo una película que claramente alaba el género del reggaetón en cada una de sus escenas, la música tiene que tener un papel fundamental. Ema tiene una música hipnótica, que no puedes parar de cantar y que, inconscientemente, consigue introducirte en una historia que huele a sudor y sexo. No podrás quitártela de la cabeza. Por otro lado, el apartado técnico es muy bueno y destacable, pero tengo que remarcar encarecidamente su fotografía tan sencilla como preciosa (sobre todo en una de las escenas principales, en la que Larraín sabe jugar muy bien con los colores).

Mariana Di Girolamo es la gran protagonista de Ema, una actriz que no lo ha tenido que tener nada fácil a la hora de estar al frente de una obra como esta. Sin embargo, la interprete realiza una actuación espléndida, sabe muy bien mantener la compostura y se mete por completo en la película, creando un personaje tan frío, distante y odioso como casi la misma película, una cinta incómoda. A su lado está Gael García Bernal que, a pesar de no ser de tan vital importancia para esta historia, tiene varias escenas que sabe aprovechar muy bien (entre ellas una en la que pone en tela del juicio el papel del reggaetón en la sociedad. Increíble).

En conclusión, Ema es una película inclasificable en muchos sentidos. En ciertos momentos, la obra de Larraín se pierde en todos los discursos y temas que trata, pero siempre se acaba encontrando para regalarnos un retrato sobre la juventud, las nuevas generaciones, la libertad, la anarquía, el sexo y el papel que juega la maternidad en la vida de una mujer (y todo esto con una banda sonora repleta de reggaetón puro, para qué queremos más). Larraín dirige la película de una manera arriesgada, con una fotografía muy característica y unas interpretaciones que están a la altura de la obra (sobre todo la de Mariana Di Girolamo, que consigue ser tan odiosa como su personaje se propone).