'Voces': el terror español se reivindica

'Voces': el terror español se reivindica

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Pocos subgéneros cinematográficos son tan resistentes a la innovación como el de las casas encantadas. Cuesta poco esfuerzo (y dinero) coger la estructura básica (familia que se muda, aparición de los fenómenos paranormales, escalada de los fenómenos, petición de ayuda a un profesional, confrontación con el ente) tocando lo justo para justificar un cambio de título, y aun así el público lleva respondiendo a estas propuestas desde hace décadas. Pero es que, cuestiones económicas al margen, tanto esta estructura como el espacio en el que por necesidad se desarrolla la acción son tan cerrados que darles otra vuelta de tuerca (a lo Henry James) implica a menudo abandonar el género.

Sería injusto, por tanto, exigirle a Voces que encabece una revolución harto improbable. Y se nota que su director es consciente de esa imposibilidad, porque, lejos de tratar de distanciarse de sus predecesores, los abraza sin complejos. Poltergeist, Al final de la escalera, La casa encantada, Inferno referentes ineludibles para cualquier aficionado al terror que, sin embargo, no convierten la película en un producto derivativo. Que nadie se deje engañar por el cartel de debutante de Ángel Gómez: en su primera película demuestra más pulso y saber hacer que muchos realizadores consagrados.

Quizá el mayor acierto de Voces sea el de haber subvertido la jerarquía natural del cine de casas encantadas. En la inmensa mayoría de películas, el contacto con lo fantasmagórico o lo demoníaco es sobre todo visual: los sonidos sirven para anticipar una aparición, y las psicofonías son una herramienta subsidiaria destinada a localizar una presencia maligna o a confirmar que existe. Aquí, en cambio, ese encontronazo inicial se produce a través del sonido, y son las apariciones las que avanzan la irrupción de la voz en lugar de al revés.

Otro tópico del género que Gómez esquiva es el del intento de diálogo con el fantasma. Mientras que los investigadores de muchas cintas similares tratan de apaciguar al espíritu (o incluso de resolver el agravio que le impide avanzar al más allá), al hacer de la voz del ente su principal arma lo que se consigue es negar la posibilidad de comunicarse con él: la presencia que habita en la Casa de las voces es un ser de pura maldad, y ese carácter implacable determina un tono oscuro que le sienta muy bien a la película.

Sin embargo, esta centralidad de la palabra por encima de la imagen lo es solo a nivel narrativo. Y es que, desde el punto de vista técnico, si por algo destaca Voces es por una excelente fotografía que atrapa de la primera escena a la última. Pablo Rosso no necesita presentación (sus trabajos en REC o Verónica lo avalan), así que decir este puede ser uno de sus proyectos más meritorios no es cualquier cosa.

Por su parte, todos los miembros del reparto cumplen con buena nota. Tal vez haya más momentos de lucimiento para Rodolfo Sancho, que ejerce como brújula emocional de la película, pero Belén Fabra, Ana Fernández y Ramón Barea (sin olvidar a Lucas Blas, otro debutante con ángel) no se quedan atrás. Por poner una pega, los diálogos pecan en ocasiones de cierta artificiosidad que repercute también en el ritmo; a cambio, se agradece que los guionistas hayan dado con un trasfondo para los personajes de los investigadores que permita darles profundidad sin distraer de la trama principal.

En conclusión, Voces es una estupenda propuesta que hará las delicias de los aficionados al terror. Desde las estrecheces impuestas por el subgénero de las casas encantadas, y aun con el evidente deseo de homenajear al cine que lo ha formado como realizador, Ángel Gómez consigue dotar de personalidad lo que en manos de muchos no habría pasado de un guilty pleasure con sabor patrio. Con el deseo de que esta sea la primera de muchas, no me queda sino recomendar una de las películas más disfrutables de la cartelera actual.