'El artista anónimo': Un último trazo

'El artista anónimo': Un último trazo

3´5 Butacas de 5

El artista anónimo, como un cuadro en un museo, propone una perspectiva desde la que observar una escena. Así, la emoción y la empatía serán la guía para el público que observa los trazos de esta cinta invadida por el arte en cada una de sus escenas.

Su director, Klaus Härö, nos presenta la historia de un abuelo que, a escasos pasos de la jubilación, decide arriesgarse una última vez en busca de una gran victoria. El protagonista es un cultivado negociante de arte que emprende un viaje emocional tras cruzarse con una obra de autor desconocido que podría resultar ser un tesoro perdido. El guion de Anna Heinämaa lleva al espectador de la mano, recorriendo un sinfín de emociones que surgen alrededor del riesgo de esta apuesta. El brillo de la felicidad y la esperanza, el miedo al fracaso, la impotencia y la desesperación se reflejan en las escenas del filme acompañadas por las melodías clásicas de Vivaldi, Rachmaninov, Handel y Mozart, componiendo una obra llena de elegancia, que cautiva a su espectador.

Destacan la belleza de los detalles, así como la de los planos abiertos en los que los suaves colores son invadidos por rayos de luz como si de un cuadro se tratase. La pintura está presente tanto en los planos como en el propio relato, siendo esta en ocasiones un reflejo de los personajes, un canal para sus emociones. Uno con toda la vida por delante y otro casi sin ella, la historia de dos mundos que se encuentran, que colisionan. El valor de lo antiguo y la conveniencia de la tecnología. En este filme se aprecian tanto las ocasiones en que la tradición compite con lo moderno, como aquellas en las que una se apoya en la otra. El personaje más joven demuestra que la sandez, la imprudencia y el egoísmo también van acompañados de una dura sinceridad y astucia. El aprendizaje es bidireccional y la película muestra cómo uno no es mejor que el otro, sino que uno es mejor con el otro.

El egoísmo de un personaje adolescente se suaviza cuando se compara con el del anciano que ha perdido la compostura. Y es que este relato lleva a su protagonista hacia la desesperanza, poniendo a prueba su carácter. La evolución se aprecia en la natural interpretación de Haikki Nousianen a medida que las circunstancias sacan a la luz la personalidad del anciano. Una personalidad que el espectador va conociendo poco a poco ya que el filme evita una presentación inmediata de sus personajes. La distancia y frialdad que existe entre estos se ve reflejada en el silencio del guion, el desconocimiento de quien observa.

La tensión es recurrente en la trama y el largometraje juega con la no cronología de ciertos eventos, así como con la información desconocida para el espectador, pero empleada por los personajes. El resultado son largas escenas con una disolución que satisface la espera y pone fin a la incertidumbre. Sin embargo, parte de esta tensión viene de la mano de un antagonista que abusa de clichés. El personaje repeinado, desagradecido y que tan solo comparte malas miradas sigue el perfil del villano hasta en su postura que irradia aires de grandeza y superioridad. La motivación detrás de sus actos queda poco clara y se podría cuestionar la necesidad de un “malo de la película” dentro de este relato.

El artista anónimo es un filme repleto de belleza que, a través de una cuidada técnica, cuenta la historia de un protagonista que decide perseguir un último sueño. Una historia sobre el arte, el aprendizaje, la familia y la esperanza con la que acompañar a sus personajes en un viaje de emociones. Una obra con la que disfrutar.