'Wonder Woman 1984': una armadura dorada, pero con manchas

'Wonder Woman 1984': una armadura dorada, pero con manchas

3 Butacas de 5

Cuando se escoge el año 1984 para ambientar una historia, hay algo en el cerebro de todo lector que inmediatamente te obliga a parar un momento y pensar “hey, un momento, 1984. George Orwell. No puede ser casualidad”. Si además resulta que se trata de una película de DC, cuyo rasgo más destacado por los fans en la eterna lucha contra Marvel suele ser su tono oscuro y adulto, todas las alarmas se disparan. Sin embargo, Patty Jenkins dinamita esas expectativas para ofrecer un canto a la esperanza que es pura luz en todos los sentidos, tanto desde el punto de vista visual como desde el argumental. Que justo haya sido en este incalificable 2020 cuando DC ha lanzado su película más optimista hasta la fecha, una que trata sobre superar el pasado, renovarse y reconciliarse con la belleza del mundo, ha sido una casualidad a la que nade debería ponerle una sola pega.

Y qué mejor heroína para encarnar todas esas virtudes que Wonder Woman, cuya primera aventura en solitario revitalizó casi sin proponérselo las historias de orígenes de superhéroes. En ese sentido, sus admiradores pueden descansar tranquilos: Gal Galdot vuelve a demostrar que ha nacido para interpretar a la amazona, consagrada ya como icono incluso en la retina de los más pequeños. En cambio, los defensores acérrimos del Snyder Cut van a tener que seguir esperando: los nexos con cualquier otro héroe de DC brillan por su ausencia (e incluso se acusa una importante incoherencia tonal entre su final y la premisa de El hombre de acero o Batman vs Superman). Esta historia es sobre Wonder Woman y sobre lo que su figura representa.

Quizá por eso resulta complicado baremar de forma justa los méritos y defectos de una película que, con independencia de si (como a mí) te encantó la primera, tiene un público muy claro en mente. Wonder Woman es una figura modélica, un referente para millones de niñas que tienen todo el derecho a soñar con ser ellas quienes salven el día. Y como tal, no se le puede poner ni una pega. Ahora bien: si uno da dos pasos atrás para analizar la película con objetividad, el resultado dista de ser tan satisfactorio. Patty Jenkins tuvo varias ideas muy buenas para la secuela, pero se nota cierta impaciencia en su ejecución, como si se tratase de un conjunto de escenas, lecciones y momentos que tenían que encajar sí o sí sin importar su desarrollo o el modo en que llegamos a ellas.

Entre los aspectos más criticables de la película está sin duda una narración expositiva hasta el absurdo: los nuevos villanos, Barbara Minerva y Maxwell Lord, aunque interpretados de manera más que convincente por Kristen Wiig y Pedro Pascal, son tan arquetípicos y exagerados en sus motivaciones que su presentación en el primer acto casi parece autoparódica. Tampoco tiene mucho sentido que Diana, una heroína que enseña precisamente a dejar atrás el orgullo por el bien común, adorne su casa con fotos de gestas personales, como una en la que se la ve rescatando un grupo de judíos de un campo de concentración. ¿Es un recurso útil para explicar a qué se ha dedicado Wonder Woman en estas décadas? Sí. ¿Es algo absolutamente impropio del personaje? También.

Por otro lado, elementos tan emblemáticos de la mitología del cómic como la armadura dorada (que apareció por primera vez en Kingdom Come) y cierto gadget que prefiero no desvelar (pero que hará las delicias de los nostálgicos) están introducidos sin demasiada coherencia interna. La armadura al menos tiene valor simbólico y es visualmente espectacular, aunque servir lo que es servir… pero el resto aparece y desaparece porque sí. Sin embargo, lo más vergonzoso es el motivo de la transformación de Cheetah, cuya personalidad tiene más que ver con la “gueparda” original, Priscilla Rich, que con Minerva. ¿Por qué se transforma en un híbrido de mujer y felino? ¿Tiene que ver con una mística magia africana, como en el cómic? Pues no, más bien con unos zapatos de tacón. Otra vez, comedia involuntaria.

Con este panorama, no hace falta decir que tanto el desarrollo de la trama como su desenlace son bastante predecibles, hasta el punto de que el metraje (dos horas y media) puede resultar excesivo. Hay que concederle, no obstante, que el magnetismo de Galdot y el ritmo de la película sostienen el conjunto pese a sus fallos, y que no se hace pesada. Si bien Wonder Woman 1984 es demasiado explícita en sus intenciones y habría agradecido un guion más sutil y trabajado, como divertimento sigue siendo un espectáculo bastante recomendable. Las escenas de acción, eso sí, también tienen algún momento que denota falta de cuidado (no hace falta estar muy atento para ver un niño convertirse por arte de magia en muñeco tras una explosión). Lo mejor, en fin, es volver a dar un paso al frente y dejarse llevar por una propuesta que, aunque no llega ni de lejos al nivel de su predecesora, sale adelante gracias a su sencillez, su carisma y un mensaje más necesario que nunca.