'El Horizonte': La liberación en una escala de grises

'El Horizonte': La liberación en una escala de grises

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 El largometraje suizo de título original Le milieu de l´horizon trata, a través de la perspectiva inocente y confundida de un niño, diversos temas que rodean la familia y la vida rural. Sus bellas imágenes relatan una red de tramas paralelas que se alimentan entre sí para ofrecer una historia conjunta rica en tonos e interpretaciones. Entre el caos de la ruptura de una familia tradicional brilla la luz de la libración de una madre lesbiana. Junto a la belleza del descubrimiento sexual de un niño yace la conflictiva aceptación de las emociones. Tras la pasión y el esfuerzo de un granjero por sostener su preciada forma de vida amenazan la presión de las grandes empresas, el desinterés de las nuevas generaciones y la impotencia de los ganaderos y agricultores ante la fuerza de la naturaleza y unas condiciones medioambientales en decadencia. La naturaleza y la convivencia del ser humano con esta es un tema muy importante para el largometraje. Las escenas transmiten un debate cargado de emociones acerca de la vida rural y sus tradiciones, constantemente forzada a adaptarse a las nuevas costumbres industriales y sus consecuencias medioambientales. La visión que El Horizonte ofrece acerca de esta delicada temática le ha galardonado con el reconocimiento del Premio Lurra de Greenpeace.

El filme adentra a su espectador en la historia a través de la presentación de su protagonista. La música, conversaciones, intereses y actitudes que acompañan al joven chico en las primeras escenas permiten comprender el mundo que lo rodea. Pero el desarrollo de esta compleja e incluso profunda narrativa se va presentando poco a poco, a medida que el niño va descubriendo nuevas sensaciones y conflictos. Así, el espectador vive y se sumerge en la inocencia, ignorancia y confusión del protagonista y, a través de sus emociones, comparte con él un debate moral acerca de las actitudes de los miembros de la familia. Una familia en la que no hay ni buenos ni malos, ni héroes ni villanos. Un padre inflexible que es símbolo de orden, pero que a la par se muestra comprensivo con su hijo y se ve derrumbado por la impotencia. Una hermana responsable y sensata que desobedece sin malas intenciones. Una madre que ama incondicionalmente, pero que huye de su responsabilidad en la familia para perseguir su propia felicidad. Estos personajes dan forma a una historia sobre homosexualidad, amor, violencia, abandono y el complejo entramado de sensaciones que son la ira, la traición, la confusión y el miedo, a veces muy difíciles de distinguir. La figura de la mujer es ensalzada con planos llenos de belleza, pero que en las miradas dejan ver el juicio constante al que son sometidas. La madre es símbolo de independencia, liberación y rebeldía y, sobre todo, del valor de lo inmaterial y la búsqueda de la realización personal, pero no por ello su camino es brillante y esperanzador. La visión de un hijo que ama y odia, que aún no conoce cómo lidiar con sus propias emociones, crea un debate al que solo el espectador puede dar respuesta desde la propia interpretación.

La idea principal de este filme es la empatía, el perdón de la imprudencia y, a mis ojos, un recordatorio de que toda persona necesita un lugar donde encontrar la paz en momentos de tormenta. Todos tenemos un niño interior que, en ocasiones, al igual que el protagonista, es abrumado por sus propias emociones. El guion de Joanne Giger y Roland Buti aprovecha esta temática para hablar también de la madurez. En una situación en la que dos niños se ven obligados, de repente, a actuar como adultos, a esconder las dudas y las emociones, nace una lección sobre respeto, amor y consecuencia de los actos. Detrás de la “actuación” hay un crecimiento real.

La obra crea un atrapante juego de música, sonido y silencio. Este último tiene especial importancia en las escenas más íntimas, en la soledad de la noche y, sin embargo, nunca hay un silencio completo. El sonido ambiente captura la belleza de la vida y el trabajo en la granja y la naturaleza. El ritmo lo logra, en gran parte, con el fuerte elemento de contraste que supone la música en el filme. No solo es símbolo de libertad, sino que acompaña con intensidad aquellos momentos de mayor conflicto emocional, sobre todo aquellos del joven protagonista. La música es un lenguaje emocional y así lo es la experiencia del niño. En su mente no hay lugar a para el silencio y, sin embargo, esto deja lugar a la creación de un constante flujo de emociones de protagonista a espectador, la música lo sumerge en la intensidad de la historia. En momentos de imágenes inquietas y borrosas, la música se convierte en la única guía que el público puede tomar para acompañar al protagonista en la caótica transición del miedo a la aceptación. Para, de nuevo, encontrar la calma en el silencio.

La luz y el color son otros de los elementos que el filme emplea con sutileza para dar forma a esta historia. Su fotografía combina la colorida vitalidad del campo y la familia con las oscuras noches de desesperación. En un paisaje de tonos suaves, impactan la intensidad y el brillo de las estructuras industriales y, entre el dolor y el caos, nace un mundo separado de todo ello, ilustrado con colores claros y suaves. Estas decisiones estéticas acompañan la idea de que El Horizonte narra una historia conducida por las emociones, sin que estas tengan que ser expresadas con palabras.

Este largometraje dirigido por Délphine Leheicey es un hermoso viaje a través de las sensaciones de los miembros de una familia rural de los 70, un acercamiento al trabajo de ganaderos y agricultores, un recordatorio del movimiento feminista y LGTB, pero sobre todo, un debate de emociones sin respuesta al que el espectador podrá adentrarse para experimentar las imágenes de un forma personal.