'Un Segundo': Una carta de amor al cine

'Un Segundo': Una carta de amor al cine

4’5 Butacas de 5

Como uno de los directores chinos más famosos de todos los tiempos, Zhang Yimou no necesita presentación, pero vamos a dársela de todos modos. Maravilló hacia principios de los 90 con joyas como Sorgo Rojo (1987), La semilla de Crisantemo (1990), La linterna roja (1991), Qiu Ju, una mujer china (1992) o ¡Vivir! (1994), que le valieron un atronador éxito internacional (Berlín, Venecia, Cannes, los Óscar) incluso cuando sus películas eran prohibidas o censuradas en su país natal. El público general, sin embargo, lo recordará más bien por la etapa en la que viró hacia el cine de artes marciales: Hero (2002), La casa de las dagas voladoras (2004) y La maldición de la flor dorada (2006) son imprescindibles para comprender el regreso del wuxia que se vivió en la primera década del presente siglo. Es, por tanto, uno de esos raros casos en los que tanto la crítica más festivalera como los espectadores casuales se dan la mano para celebrar a un cineasta único que, más de treinta años después de su debut, sigue de plena actualidad.

¿Pero qué se puede esperar de Zhang Yimou en 2021? Si su última película (la igualmente maravillosa Sombra, de 2018) supuso un regreso al cine de artes marciales, Un segundo remite a aquellos dramas de su juventud en los que el pasado reciente de China es analizado una luz a veces tenue, pero siempre incisiva. Ambientada en plena Revolución Cultural, la película explora la relación entre un misterioso hombre (Yi Zhang) y una joven huérfana (Liu Haocun) cuando estos compiten por hacerse con la cinta de una película de vital importancia para ambos, aunque por motivos muy distintos.

Con esta premisa, Un segundo se desenvuelve desde el inicio con un ritmo trepidante que no da tregua al espectador. La batalla de ingenio entre los protagonistas por conseguir la cinta robada se traduce en una carrera frenética cargada de golpes de humor que, poco a poco, va profundizando más y más en las motivaciones de dos marginados acostumbrados a moverse en las fronteras de la sociedad. La omnipresente imagen del desierto que separa las comunidades en las que la acción tiene lugar evoca los fundamentos del western para completar una película que ejemplifica el concepto de cine dentro del cine: un choque de géneros, velocidades y sentimientos de las más diversas procedencias que, de algún modo, consiguen armonizarse con una naturalidad sobrecogedora.

De regalo, la espectacular fotografía que caracteriza la filmografía de Zhang Yimou traduce una mirada delicada que solo está al alcance de unos pocos maestros. Una que es capaz de entrelazar el drama personal con el histórico-social y que nos abre las puertas de una industria cinematográfica familiar y extraña a la vez, como una suerte de Cinema Paradiso desplazado en el tiempo y el espacio. Una joya, en definitiva, caleidoscópica y única, con el brillo del cine de autor y la proximidad de los ritmos comerciales. Difícilmente podría comenzar San Sebastián con una obra más redonda.