'Benedetta': una hostia sin consagrar

'Benedetta': una hostia sin consagrar

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El evangelio de San Juan cuenta que, al no haber estado presente junto a los demás apóstoles la primera vez que Jesús aparece ante ellos tras su resurrección, Santo Tomás no creyó a sus compañeros. “Hasta que no vea las heridas de los clavos y meta el dedo en ellas no lo creeré”, dijo. Y Jesús volvió, le enseñó las marcas y le invitó a tocarlas, tras lo cual Santo Tomás renovó su fe. Con Benedetta, Verhoeven también exige meter el dedo en las llagas de Cristo, pero no necesariamente por una cuestión de fe. Es más bien para reafirmarse en sus ideas y, en última instancia, por joder.

Porque sí, la cuestión de la fe sobrevuela Benedetta de principio a fin: dirige las acciones de los protagonistas, articula el retrato de la sociedad renacentista europea y, en última instancia, invita al espectador a cuestionarse su propia incredulidad para encontrar una explicación a los sucesos de la película. Pero el tratamiento del tema es más visceral que intelectual, y esto condiciona inevitablemente la respuesta del espectador. No es una obra fácil de asimilar si uno no está dispuesto examinar sus convicciones religiosas o, al menos, a aceptar que lo hagan otros.

Sin embargo, eso no significa que Benedetta sea una frivolidad sin sentido. Se abusa en la crítica cinematográfica de etiquetas como “provocadora” para caracterizar películas desde la superficie, cuando lo interesante es precisamente ahondar en qué es lo que provocan. Y Benedetta, a diferencia de tantísimas “provocaciones” que se quedan en el experimento formal o en la irritación inofensiva, tiene un fondo casi inagotable. Verhoeven es un maestro en el arte de enmascarar sus preocupaciones mediante códigos culturales que los menos atentos no dudan en desdeñar por triviales: ya firmó una de las mejores sátiras políticas de los 90 camuflándola como ciencia ficción para adolescentes (Starship Troopers, 1997) y ahora recurre al nunsploitation para hablarnos del alma humana.

Dos monjas lesbianas teniendo sexo a escondidas en un convento puede parecer el argumento de una de esas gamberradas setenteras reivindicables solo desde la nostalgia, pero Benedetta juega en la liga de Narciso negro (1947), de los Demonios de Ken Russell (1971) o de Belladonna of Sadness (1973). Es una reflexión sobre las estructuras de poder y el carácter de quienes lo ejercen, sobre la fuerza de la superstición como mecanismo de control de masas, sobre las sombras de la Iglesia Católica, sobre la posibilidad de una interpretación personal de las escrituras, sobre la simbiosis entre éxtasis místico y el físico… Es cierto que algunos de estos debates existen desde la Edad Media, y que llevamos asistiendo a su radicalización en clave cinematográfica desde los años 70 (algunos incluso dirían que desde los 20). Pero ahí es donde Verhoeven vuelve a hacer gala de genio para enlazar los fantasmas del pasado de Europa con los de su presente, desde el alzamiento de líderes populistas hasta la nueva ola de represión sexual o, en un sorprendente ejercicio profético, la histeria provocada por la pandemia.

Benedetta, en definitiva, sabe hacer daño cuando es explícita, pero aún más cuando es sutil. Si solo eso ya bastaría para reivindicarla como una de las películas más sugerentes de 2021, sus excelentes valores de producción y su sensacional reparto la consagran como una obra total. Pase lo que pase, Verhoeven lo ha vuelto a hacer. Solo el tiempo dirá si, como tantos títulos antes que ella, naufragará en una polémica que es inseparable de su propio espíritu o si logrará salir adelante y brillar con luz propia en una filmografía llena de joyas.