Crónicas desde San Sebastián: Rebobine, por favor

Crónicas desde San Sebastián: Rebobine, por favor

Volver del Zinemaldia no es nada fácil. Sus diez días forman una especie de cápsula en la que el tiempo se congela y la vida se pone en pausa. Al regresar casi podría parecer que hemos vivido un sueño, una ficción. Nada más lejos de la realidad, las emociones y conexiones que se desarrollan en este festival son casi palpables. Porque no hay cosa más real que aquello que experimentamos cuando el cine nos afecta y nos transforma. Por todo ello, pese a que el cuerpo agradezca retomar una cierta normalidad, ahora mismo a muchos nos apetece rebobinar y volver al día 1. Parece imposible, pero si lo es en una película y estas forman parte de la realidad, ¿por qué no soñar con ello?

‘Rocks’, de Sarah Gavron (Sección Oficial)

No es esta una cinta que permita soñar especialmente. Rocks es un drama social en el que una joven debe hacerse cargo de su hermano pequeño cuando su madre les abandona. Gavron acierta al no sustentar la desgracia de sus protagonistas en el resto de personajes (incluso en el caso de la madre, a la que entendemos con los pocos apuntes que se presentan sobre ella). Este hecho la aparta del cinismo tan habitual en este tipo de propuestas. Sin embargo, Rocks sí que abraza muchos otros lugares comunes de estas: ciertos maniqueísmos, situaciones llevadas al extremo y un mensaje que acaba perdido en un drama hipertrofiado.

‘Nuestras derrotas’, de Jean-Gabriel Périot (Zabaltegi-Tabakalera)

Había grandes expectativas con la nueva cinta de uno de los cineastas franceses más sugerentes del panorama actual, vencedor el pasado año de esta sección con Song for the jungle. Su nuevo trabajo ha despertado sin embargo una opinión menos unánime. Nuestras derrotas explora las relaciones actuales, especialmente de la juventud, con la política y el activismo. Para ello, Périot contrasta entrevistas a un grupo de chavales con escenas de algunas de las más importantes películas políticas reconstruidas por ellos mismos.

Se trata de una película conflictiva. No es de extrañar cuando se sustenta en poner en conflicto diversos elementos: pasado y presente, legado y juventud, ficción y realidad (otra vez). El problema es que se percibe en el acercamiento de Périot demasiada distancia con los jóvenes que utiliza para construir su película. Más que una mirada de superioridad o simplicidad a una generación (no es exactamente así, ya que hay reflexiones brillantes en los apartados no interpretados y el conjunto de jóvenes es heterogéneo), lo más cuestionable es el lugar en el que deja a varios chicas y chicos que utiliza como sujetos de su filme.

Es cierto que trata de redimir esta postura en un epílogo que aboga, en boca de estos mismos jóvenes, por no interpretar con demasiada simpleza las imágenes y defiende la necesidad de ponerlas siempre en cuestión. Una redención aplicable al discurso de la película, finalmente contradictorio y muy valioso, pero no a algunas de las imágenes y decisiones que Périot despliega para llegar a él.

‘Shakti’, de Martín Rejtman (Zabaltegi-Tabakalera)

Shakti fue el pistoletazo de salida a una sesión para el recuerdo que tuvo lugar en el mágico espacio de Tabakalera. Mi primer acercamiento al cineasta argentino Martín Rejtman ha llegado con un cortometraje tremendamente juguetón que, bajo la capa del absurdo, nos habla de lo volátiles e inestables que son nuestras certezas y nuestros recuerdos. Y además utilizando como macguffin la comida (nada menos que unos muy apetecibles y muy judíos knishes de papas). ¿Qué más se puede pedir en menos de veinte minutos?

‘Play’, de Anthony Marciano (Zabaltegi-Tabakalera)

Este verano, quizá motivados por unos sucesos bastante desgraciados o quizá por puro aburrimiento, en mi familia decidimos sacar de un cajón las cintas de vídeo con las que mis padres y mis hermanos se propusieron captar pedacitos de la infancia del pequeño de la familia. Después de casi diez años sin verlas, provocó en todos una emoción genuina, muchas risas y algún ojo humedecido. En este caso el factor nostálgico es prioritario, pero no puedo dejar de pensar en que hay algo genuino en las grabaciones caseras. La mirada despreocupada, libre, sin atadura alguna, de quien filma. No hay limitaciones de estilo o estéticas, no hay expectativas, no hay obligaciones contractuales. No hay autores ni productores, no hay convenciones ni presupuestos.

Esa misma sensación transmite Play, la gran película de este Zinemaldia y una de las más importantes, y divertidas, en mucho tiempo. La cinta de Anthony Marciano (hasta ahora responsable de dos comedias francesas sin apenas trascendencia) reconstruye 25 años en la vida de un chico, Max, a través de las imágenes filmadas por él mismo, su familia y sus amigos. 25 años de evolución en los formatos y en la calidad de las cámaras, pero especialmente en sus vidas.

Play es enteramente (o eso parece) una ficción, lo que a priori podría restarle honestidad o valor. Pero reflexionado sobre lo que comentaba anteriormente, quizá que todo sea “mentira” la hace aún más valiosa. Y no por la dificultad de la tarea, sino porque demuestra que las películas (también las de de ficción, narrativas, incluso salidas de eso tan terrorífico llamado “industria”) pueden seguir siendo genuinas, desatadas, libres. Pueden serlo abrazando los tópicos más manidos, el humor más básico y la cultura popular.

Evitando siempre el exceso dramático, en ocasiones de forma casi milagrosa, Play se reinventa tantas veces y de manera tan brillante que uno desearía que todo el futuro del cine estuviese en las manos y las cámaras de su protagonista.

‘Esperando a los bárbaros’, de Ciro Guerra (Perlas)

Precisamente Ciro Guerra es una buena muestra de director carcomido con un proyecto demasiado grande, el de la rutinaria Esperando a los bárbaros. Después de El abrazo de la serpiente y de la muy potente Pájaros de verano, esta adaptación de una novela de J.M. Coetzee es una película fallida en todos sus aspectos. Especialmente en el plano emocional, ya que resulta complicado conectar con algún personaje. Y aunque visualmente Guerra conserva su gusto y precisión, la película también fracasa con una historia mal construida pese a su simpleza. Todo ello potenciado por un montaje poco fluido que potencia la sensación de que Guerra no ha podido realizar la película que estaba en su cabeza. A cambio tiene a Mark Rylance, Johnny Depp y Robert Pattinson. Nada sale gratis.

‘La red avispa’, de Olivier Assayas (Proyecciones Especiales)

Tras recibir fuertes críticas en su paso por el Festival de Venecia, Olivier Assayas anunció que remontaría su última película: La red avispa. No tenemos muy claro si en San Sebastián hemos visto la primera o la segunda versión. En cualquier caso, aunque la cinta tiene sus mayores limitaciones en una narración caótica con decisiones poco justificadas (el momento en el que se introduce el personaje de Gael García Bernal), no merece una reacción tan negativa como la que recibió en la Biennale. La red avispa tiene ciertas cualidades y una posición política muy interesante. Al mismo tiempo que deja en claro la responsabilidad de Estados Unidos en la situación que Cuba vivía en el tramo final de la Guerra Fría, el juego de espías de la película reparte las culpas de un mecanismo de engaños enrevesadísimo. De nuevo la pregunta sobre lo que es real y lo que no.

‘Una gran mujer (Beanpole)’, de Kantemir Balagov (Perlas)

El ruso Kantemir Balagov estrenaba hace dos años en Cannes Demasiado cerca, interesante ópera prima que recibió el aplauso generalizado y algo exagerado de la crítica mundial. Todo hacía indicar que con su segunda película, también exhibida con éxito en el certamen francés, había llegado la consagración. Nada más lejos de la realidad. Una gran mujer (Beanpole) es un disparate. Una película interesada en alejarse de la belleza todo el tiempo, en ser insoportable. Como si solo a través de la fealdad pudiese transmitirse la desesperación y la desgracia. Y lo peor de todo es como al mismo tiempo estiliza el sufrimiento más extremo, con una de las escenas más faltas de escrúpulos que haya visto jamás. Pretendidamente deforme y antipática, Una gran mujer (Beanpole) es lo peor del festival, lo peor que puede dar de sí el cine. Si es que a esto se le puede considerar cine.

‘First Love’, de Takashi Miike (Zabaltegi-Tabakalera)

Que curioso contraste supone First Love. Una película cargada de violencia, de asesinatos, muertes truculentas, drogas… Y sin embargo nada es problemático porque en todo momento Miike se encarga de recordarnos que nos encontramos ante una ficción, no hay vocación de realismo. Lo cual no quiere decir que el director de Audition no se preocupe por dotar de humanidad a sus personajes. Es impresionante el grado de implicación que alcanzamos con todos ellos por poco tiempo que pasen en pantalla o por paródicos que parezcan.

Eso es lo mágico de First Love, lo bien que funciona todo en ella mientras transmite la sensación de ser una película a la que todo le da igual. Es genial la forma en la que Miike respeta sus fuentes pero también las sacude. Morir, sobrevivir, resucitar, saltar por los aires con un coche en marcha. Que fácil parece todo en el mundo de esta cinta. Que difícil es hacer que en el cine lo difícil parezca fácil.

‘Algunas bestias’, de Jorge Riquelme Serrano (Nuevos Directores)

Una mala película durante sus primeros ochenta minutos, que demuestra que el manejo de ciertas herramientas cinematográficas (la disposición de los personajes en el plano) es absolutamente inútil cuando lo que se cuenta es la nada más absoluta. Aquí camuflada de un supuesto análisis de las relaciones familiares y sus secretos más oscuros. Todo suena a visto y oído, y así es. Un ambiente enrarecido y las dosis justas de música malrollera y machacona.

Lo vergonzoso llega en los últimos diez minutos, con una desagradable e innecesaria escena que solo busca la provocación, que se hable de la película y no se pierda en el olvido. Lo peor es que desgraciadamente lo consigue, lo que unido al lamentable premio de la sección Nuevos Realizadores, contribuye a que este tipo de propuestas no se superen definitivamente. Hay quienes siguen creyendo que el mero hecho de provocar tiene algún valor. Quienes siguen sin tener en cuenta a la hora de valorar una obra colectiva cómo ha sido la experiencia para los actores y para el resto del equipo. Sigue habiendo bestias.

‘La llorona’, de Jayro Bustamante (Horizontes Latinos)

Tras abrir Horizontes Latinos con Temblores, Jayro Bustamente ha cerrado la sección con La llorona, estudio de las heridas no cicatrizadas que dejaron en la sociedad guatemalteca los crímenes militares de la Guerra Civil que asoló al país centroamericano. Una película alejada de los trabajos previos del director de Ixcanul en dos aspectos. Por un lado, una mayor distancia con el realismo al introducir un componente sobrenatural (una víctima del pasado vuelve, como una presencia fantasmal, para atormentar a un general extrañamente absuelto del delito de genocidio).

Por otro, trasladar el punto de vista al lado del opresor. Bustamante explica que sus tres cintas conforman una trilogía sobre los tres insultos más habituales en Guatemala: indio, maricón y comunista (aplicado este último a cualquiera que cuestione algo del país, argumenta). Si en las dos primeras el personaje protagonista era víctima de estos insultos, aquí lo es una familia que los perpetra. Bien es cierto que este punto de vista es más ambivalente y se desplaza de forma más repartida por los personajes, incluida Alma, ese fantasma del pasado que vuelve para vengar lo que le arrebataron.

La llorona es una película extraña, la más arriesgada y compleja de su director. La más interesante desde un punto de vista visual y sonoro. También es quizá la más irregular y la menos emotiva. Lo que se mantiene es el compromiso ético de un director firme en su convicción de radiografiar su país, aunque para ello haya que mostrar todas sus vergüenzas. Si el patriotismo existe no se me ocurre mejor muestra de ello.

‘Joker’, de Todd Phillips (Película Sorpresa)

La película de superhéroes que no es de superhéroes y la película sorpresa que no es sorpresa. Lo mejor de Joker fue sin duda el ambiente festivo que pudo vivirse antes y después de su visionado (un poco también durante), con una prensa entregada y con muchas ganas de disfrutar del último día de festival. De la película hay mucho menos que decir de lo que ella misma cree.

Un retrato efectivo pero más simple que un botijo de la caída en la locura de un hombre desgraciado. Un análisis menos efectivo y más simple de lo maleable que puede ser la sociedad, de lo desesperados que estamos por que alguien así nos saque de nuestro letargo. Y asociando ambos conceptos (locura y revolución) desdibuja el primero para usarlo como mero elemento narrativo, mientras que desactiva el segundo presentándolo como algo propio de desequilibrados (por no hablar de cómo despoja las protestas de cualquier componente ideológico).

Con todas estas pretensiones, es curioso que la película funciona realmente cuando se acerca al material original del que tanto han renegado algunos. Sus relaciones con el Universo Batman aportan unos matices a la cinta ausentes en gran parte del resto del metraje. Joker es una película charlatana y con menos poso del que cree, que funciona mejor cuando se acerca a El rey de la comedia que cuando imita a Taxi Driver.

‘Giraffe’, de Anna Sofie Hartmann (Zabaltegi-Tabakalera)

Que extraña la sensación de ver un drama nórdico sin que la incomodidad haga acto de presencia, sin que haya un aroma de tragedia inminente en el ambiente. Giraffe es una historia de amor sin aspavientos, tan sencilla como finalmente honda. Su directora aprovecha a la perfección el intimismo de la propuesta para hacer palpable el deseo y el cariño entre sus dos protagonistas. Todo ello con la construcción de un túnel que unirá Alemania y Dinamarca como telón de fondo. No en vano, el factor económico y social está muy presente en el filme (junto a la edad son los grandes escollos en la relación de los protagonistas). Giraffe es una de esas películas profundas pese a su sencillez. O puede que precisamente gracias a ella.

‘Beyond the Horizon’, de Delphine Lehericey (Nuevos Directores)

Arrancaba este Zinemaldia con Scattered Night, película que cumple muchos de los peajes habituales de la sección Nuevos Directores: drama familiar, punto de vista infantil, puesta en escena limitada con algún intento por destacar no demasiado fructífero… Diez días después, decimos adiós a Donostia con Beyond the Horizon, de la que puede decirse exactamente lo mismo. Aquí está presente el factor que faltaba para completar la ecuación: historia de despertar adolescente. Beyond the Horizon es tan inofensiva y formulaica que tiene todo el sentido del mundo como cierre particular al festival.

Y así acabó otra edición del Festival de San Sebastián. Una experiencia dura pero más llevadera que la anterior. La costumbre y conocer más gente han ayudado más de lo que ha perjudicado el descenso de calidad cinematográfica (no tan marcado como algunos comentan, bien es cierto). Mientras escribo este último párrafo escucho por segunda vez consecutiva la playlist con todos los temazos que suenan en la película del festival. ¿Cómo no querer rebobinar y darle de nuevo a play?