'¿Qué vemos cuando miramos al cielo?': El atractivo de ver la vida pasar

'¿Qué vemos cuando miramos al cielo?': El atractivo de ver la vida pasar

4 Butacas de 5

Con un título tan poético como las propias imágenes que constituyen el metraje de la película, el nuevo trabajo de Alexandre Koberidze logró cosechar muy buenas impresiones en el panorama festivalero europeo del ya pasado 2021. Prueba de ello vienen a ser los dos galardones con los que se alzó a lo largo de su recorrido por el continente –el FIPRESCI en el Festival de Berlín y el Premio a la Mejor Fotografía en el Festival de Sevilla–, y que atestiguan que el georgiano se ha convertido en un cineasta a tener muy en cuenta en los próximos años.

Y es que al director se le da muy bien captar la sensibilidad de todo aquello que forma parte de lo cotidiano. Así, la historia de amor que da pie al desarrollo del relato es sólo una pequeña parte de la totalidad de la película, ya que esta última pretende ser también la exploración de una ciudad – la hermosa Kutaisi– y de las costumbres de aquellos que habitan en ella. Parece ser, de hecho, la propia ciudad la que impone la maldición que recae sobre la pareja protagonista, cambiando por completo sus rostros e imposibilitando así que estos puedan reconocerse de nuevo. Sin embargo, son del mismo modo sus habitantes los que ­–casi sin darse cuenta– se empeñan en juntarles de nuevo. Entre medias, lo que Koberidze nos ofrece es ver la vida pasar, aunque la realidad del día a día que él nos muestra se impregna constantemente de magia y de lirismo.

Cada plano está encuadrado con esmero, casi mimetizándose de manera simbiótica con el ambiente que busca capturar. No sólo esto es herencia del cine documental, sino también la voz en off –narrada por el propio director– que acompaña al espectador y que contribuye a dotar a la película de una autoconsciencia bastante singular. De esta forma, ficción y documental se entremezclan para reflexionar acerca de una ciudad, del amor, pero también –y sobre todo– del cine y las posibilidades infinitas que este ofrece, especialmente en su aspecto formal. Casi como si de las ondas que se crean al lanzar una piedra al agua se tratara, la película se va expandiendo a medida que los minutos avanzan, abarcando poco a poco todo aquello que ha ido dejando atrás para expandirlo e insuflarlo más vida. Y así llega al final, en el que se diluye de una forma igual de poética a la que comenzó, demostrando que en ocasiones en la simplicidad es dónde más belleza cabe.