'Dónde está Anne Frank': Traigamos a Anne Frank de vuelta

'Dónde está Anne Frank': Traigamos a Anne Frank de vuelta

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No resulta muy arriesgado afirmar que la animación ha sido una de las formas cinematográficas más fagocitadas y explotadas por la factoría Walt Disney y algunas de sus múltiples filiales, como Pixar. Cada una de las nuevas creaciones de la compañía se ha alzado con la estuilla de oro en unos Oscars bastante reacios a reconocer la existencia de películas de animación más allá de aquellas creadas por el gigante norteamericano: ahí están como prueba “Encanto”, “Soul”, “Coco” o la duradera franquicia “Toy Story”. Es por ello por lo que el merecido reconocimiento de aquellas películas alejadas de la órbita Disney no suele llegar ni en forma de premios ni de éxitos en taquilla, y estas quedan relegadas a un pequeño nicho de personas apasionadas por el género.

Nunca es tarde entonces para recomendar maravillas como “Wolfwalkers” o “Song of the Sea”, del estudio de animación irlandés Cartoon Saloon, o las películas del director israelí Ari Folman, quien vuelve tras más de siete años de parón con una imaginativa relectura de una de las figuras más conocidas del siglo XX: Anne Frank. Su nombre resuena una y otra vez cuando se habla del Holocausto, y su historia y la de su familia son más que conocidas: obligados a permanecer durante dos años en una pequeña casa anexa a la oficina del padre de Anne, fueron traicionados y trasladados a diferentes campos de concentración, donde la joven moriría en 1944. De todos sus familiares, solo Otto, su padre, logró sobrevivir hasta el final de la guerra.

Ahora bien, Folman ha decidido diluir los aspectos biográficos de la vida de Anne para combinarlos y extrapolarlos al siglo XXI, como ya hiciera en la novela gráfica que ha servido de material base para crear la película. Y la forma de hacerlo no podría haber sido más adecuada: trayendo literalmente a la vida el diario de Anne, encarnado por medio de una de sus mejores amigas imaginarias, Kitty. Jugando con este personaje anacronístico, el cineasta revive el espíritu y los valores de Frank para evitar su olvido, o, peor, que se conviertan en un mero atractivo para las hordas de turistas empecinadas en subir al escondite de la familia en Ámsterdam y así tachar un lugar más de su lista. No hay sorpresa en el espectador cuando Folman traza paralelismos entre pasado y presente para mostrarnos cuan poco hemos sido capaces de evolucionar, poniendo de relieve las semejanzas existentes entre la situación de los refugiados sirios y la falta de ayuda por parte de los países europeos, como ya ocurrió con los judíos durante la guerra.

El director israelí pone así el foco en la relevancia de las historias –el diario, los libros, el cine y sus estrellas, tan amadas por Anne– para enfrentarse a un olvido que únicamente puede suponer nuestra condena. De ahí que la película esté pensada para hacer llegar a los adultos, pero sobre todo a los más pequeños este mensaje. Porque ellos ­–nosotros– somos el futuro, y sólo nos queda la esperanza de hacerlo un poco mejor que nuestros predecesores.