'Corazones valientes': ¿cómo se pinta un mundo que se desmorona?

'Corazones valientes': ¿cómo se pinta un mundo que se desmorona?

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¿Cómo pintaría Goya en este 2022 los desastres de la guerra en Ucrania (o en República Centroafricana)? ¿Cómo plasmaría el genio aragonés el horror de los fusilados en Jarkov (o en la Amazonía peruana por los sicarios de los latifundistas)? ¿Cómo reflejaría en su paleta el sufrimiento de las decenas de miles de refugiados que huyen de la Rusia de Putin (o de Ruanda) porque no quieren empuñar el arma contra sus hermanos? 

Aunque no las expresa así, esas son las preguntas con las que nos taladra las entrañas la directora gala Mona Achache con Corazones valientes, estrenada en cines este 30 de septiembre. Le basta con trasladarse al episodio más duro de la historia contemporánea de Francia, cuando su país fue ocupado por los nazis, y contarnos la experiencia de un grupo de menores (cuatro niños y dos adolescentes) que, en 1942, tratan de escapar a la “zona libre”. 

Con una gran sencillez, Achache nos muestra una paleta de reacciones humanas. Y ahí nos encontramos una diversidad tan grande como la que hay en su primera fortaleza. Y es que la película nace cuando los chicos llegan escondidos en cajas a un castillo que alberga algunas de las principales obras de arte del Museo del Louvre.

En medio de toda esa majestuosidad, que se busca que permanezca ajena a las garras de Hitler, una experta en arte se salta el guion que la vida parecía haber deparado para ella (permanecer, como muchos, indiferente a un sufrimiento que en teoría no va con ella) y se convierte, sin aspavientos y sin ninguna aparente alegría en ello, en la quijotesca auxiliadora de quienes han perdido todo, separados de sus padres y con sus hogares supuestamente destruidos.

Rose (Camille Cottin) mira cara a cara al mal y, aunque íntimamente no lo quiera, lo combate. Al contrario de su compañero conservador (Swan Arlaud), quien, en pleno hundimiento del Titanic, opta por seguir viendo cómo tocan los violines… En su caso, le basta con permanecer mudo y limitarse a contemplar la belleza que se acumula en el castillo. Arte sin alma, vacío de humanidad, incluso aunque se trate de la mismísima Mona Lisa de Leonardo da Vinci… 

El punto medio entre ambas actitudes lo ponen los niños. Es en ellos en los que late la obra que aquí se representa. Y lo hacen, simplemente, viviendo. ¿Cómo? Con la naturalidad de la normalidad en tiempos increíblemente anormales: en medio de una guerra, de saberse perseguidos por ser judíos o simplemente por ser hijos de sus padres, se centran en cada momento y lo viven con todo su ser, sin filtros, como harían todos los niños. Por ello, a veces afloran las peleas, las quejas… Y, en la mayoría de los momentos, las ganas de jugar y divertirse. Sí, en medio del horror, con la sana inconsciencia que nos salva y que, desgraciadamente, todos perdemos al crecer.

Corazones valientes duele al padre que la ve. Y eso que, como tal, no es dura; de hecho, en la mejor línea de La vida es bella, aquí también hay un Roberto Benigni que sobrevuela en espíritu disfrazando la agonía en momentos de paz y hasta diversión. Pero duele… Vaya si duele. Y mucho más si se ve en un 2022 en el que el mundo, con varias guerras latentes y la mayor crisis migratoria conocida (con tantos niños…), sigue desmoronándose. Como siempre, por otra parte.