'Armageddon Time': una película fascinante y brillante

'Armageddon Time': una película fascinante y brillante

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Aun de forma soterrada, lo que siempre ha habitado en la obra de James Gray, aquello que parece obsesionarle como autor, es su visión de Estados Unidos y del concepto de familia o figura paterna. A través de diferentes ángulos, enfoques y puntos de vista, estos temas ya eran importantes en sus primeras películas de temática criminal como Cuestión de Sangre o La Noche es Nuestra, y terminaron siendo esenciales en las travesías de Z, la Ciudad Perdida o Ad Astra. Sin embargo, lo que sucede en Armaggedon Time es que, al poner el foco en la propia infancia de Gray, estas obsesiones pasan a ser protagónicas en el relato, y dejan de ser un trasfondo perceptible que fluía siempre de forma subterránea.

De forma similar a lo que ocurría con Cooper Hoffman en la película-recuerdo de otro de los grandes cineastas norteamericanos contemporáneos, Licorice Pizza de Paul Thomas Anderson, el espectacular y jovencísimo actor Michael Banks Repeta encarna a Paul Graff, un trasunto del propio director durante sus años de infancia. El apellido Staff resulta ser una americanización del apellido originalmente judío que su abuelo (Anthony Hopkins) cambió al emigrar a los Estados Unidos para poder encajar y mimetizarse, al mismo tiempo que huían de la persecución que sufrían en Europa.

Con este trasfondo, extraído de la propia vida de Gray, Armaggedon Time nos presenta a una familia de clase media que intenta prosperar al comienzo de la década de los 80: aunque su hermano va a una escuela privada, Paul no para llamar la atención y meterse en líos junto a su amigo de raza negra en el colegio público al que asiste, así que sus padres deciden cambiarle a otro colegio privado. Allí, las cosas son diferentes: Frederick Trump, como máximo responsable del centro, prepara a los alumnos que serán la élite del país, y uno de los niños que juega con Paul en el recreo no sale de su asombro cuando este le cuenta que su amigo negro había estado en su casa.

De este modo, la tesis de la película (el ascensor social funciona siempre que tengas suficiente dinero para ponerlo en marcha, y seas blanco) se hace evidente, y por lo tanto pierde algo de alcance. Sin embargo, no se convierte en la razón de ser de la película, que cuando más brilla es durante los pasajes de mayor intimidad del protagonista, aquellos en los que se pone en escena las ensoñaciones, recuerdos o preocupaciones de Paul. Vemos, por ejemplo, cómo ver un cuadro de Kandinsky le fascina por completo y de inmediato se imagina a sí mismo en un gran artista, o el recuerdo de las palabras inspiradoras de su abuelo, que le vienen a la cabeza antes de dormirse y le persiguen casi a modo de espectro.

Es también en su último tramo donde la película plantea un dilema moral que actúa como el núcleo de todo aquello que Gray quiere hacernos llegar. La situación nos plantea la traición a ciertos principios y valores como única forma de prosperar y, en el fondo, sobrevivir al Estados Unidos que plantea la cinta, comenzando con Reagan profetizando el apocalipsis si los demócratas llegan de nuevo al poder y terminando con una arenga acalorada del padre de Trump a los niños uniformados de la escuela privada a la que asiste Paul, anunciando que ellos serán los líderes del futuro.