'Asuntos familiares': y Caín, en el fondo, amó…

'Asuntos familiares': y Caín, en el fondo, amó…

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En plena madurez, los hermanos Vuillard están en la teórica cúspide de sus carreras. Ella, Alice (Marion Cotillard), es una reconocida actriz que triunfa en los teatros. Él, Louis (Melvil Poupaud), es un escritor de renombre. Es de suponer que tal situación sería el orgullo de unos padres que están en el ocaso de sus vidas y que, como tal, pueden ya “morir tranquilos”.

Pero la muerte del hijo único de Louis, apenas un niño, y un accidente que asoma a sus padres al abismo final, nos descubren un sufrimiento más profundo que ha devastado a la familia durante los últimos 20 años: los dos hermanos no se hablan. Se odian con toda el alma.

Y han arrastrado en su caída a todos los demás: al tercer hermano que se sabe simple sombra, al sobrino al que se le impide amar al tío, al marido que se sabe incapaz, a la mujer a la que le arrebata el vía crucis de su amado, a los padres que han dimitido de su responsabilidad y han cerrado los ojos

Este es el punto de partida que el director, Arnaud Desplechin, nos ofrece en Asuntos familiares, drama francés que se estrena este 24 de febrero en cines. Desde un estilo errático, construido a base de fogonazos, nos encontramos con las luces y las sombras de dos artistas marcados por una sensibilidad sobrenatural.

Es tal el nivel de la batalla íntima a la que les obliga un encuentro forzado para acompañar el final de los padres, que Desplechin se permite centrarse en ese dolor e ignorar las causas. El espectador espera durante los 108 minutos de la cinta una explicación a tanto odio, pero esta apenas se bosqueja. Como mucho, en un momento dado, cuando el amigo fiel de Louis (y enamorado silencioso de la hermana) llega un diagnóstico: “Un día, el genio fuiste tú y eso mató a Alice”.

¿Son los celos? ¿La imposibilidad de aceptar que quien comparte contigo la misma sangre pule su nombre en la eternidad con letras más doradas y luminosas? ¿O es, más bien, un amor desgarrador, tan grande que sufre al saber que la que se sabe alma gemela no puede abrazarse en una pasión carnal y definitiva? ¿Es acaso, aunque en ningún momento se explicite, una película que ilustra una frustración incestuosa?

Quienes amen un cine estructurado y coherente, harían bien en evitar esta película. Los que, por el contrario, gozan cuando, más que la historia narrada, sienten que lo que prima es asomarse al alma abierta de los personajes, disfrutarán mucho con las interpretaciones de Poupaud y Cotillard.

Muñecos rotos, deformados por su propia pasión y por sentirse demasiado, ambos hermanos aún están ante una última oportunidad de aceptarse y, más que perdonar, saber pedir perdón. Y, desde ahí, volar al fin, sin grilletes, hasta culminar lo que su yo auténtico les marca para el resto de su vida.