'El imperio de la luz' : una mezcla de ideas que no llegan a buen puerto

'El imperio de la luz' : una mezcla de ideas que no llegan a buen puerto

2’5 Butacas de 5

Sam Mendes regresa a la gran pantalla con una obra intimista y que pretenden ensalzar el poder de las salas cinematográficas. El imperio de la luz nos presenta una historia de amor que se desarrolla alrededor de un hermoso cine antiguo en la costa sur de Inglaterra en la década de 1980. Una propuesta intimista y que no termina de alcanzar las cotas de emoción que se propone.

Con un reparto de nombre conocidos como Olivia Colman o Colin Firth, El imperio de la luz naufraga en su intento de conseguir tocar la fibra sensible del espectador. Quizá su mayor debilidad sea la poca conexión que uno puede establecer con sus protagonistas desde el comienzo. Un mundo apático lleno de caras largas e incomprensibles que dificultan la empatía. Y ya se sabe que cuando no hay ni un mínimo de conexión emocional o aparente conflicto, el espectador pierde ello interés de forma progresiva.

Olivia Colman encarna a una encargada de unos cines de la costa del sur de Inglaterra. Su austera interpretación y el secretismo con el que tanto recelo mantienen su condición mental hacen que la primera hora sea insufrible. Su compañero de viaje, el actor Michael Ward, no está nada mal y consigue entregar trozos de verdad en su interpretación, sin embargo, no son suficientes para levantar una cinta sin carisma.

El imperio de la luz trata de presentar al cine como un espacio de inclusión, un lugar donde las diferencias, los marginados, los incomprendidos tienen cabida. Una realidad donde todo es posible y nada importa realmente, donde la vida se desvanece para dar paso a una imaginación sin límites. Quizá Sam Mendes debería haberse centrado en potenciar esto y no en navegar de manera vaga por un montón de ideas que no terminan de cuajar en ningún momento. Una película irregular con algunos destellos de buen cine.