'El cazador de recompensas': un western descafeinado

'El cazador de recompensas': un western descafeinado

2’5 Butacas de 5

El cazador de recompensas es la nueva propuesta de Walter Hill, un realizador con una extensa carrera a sus espaldas. El comienzo de la cinta lleva a uno a pensar que se trata de un spaghetti western, y es que la película comienza con unos planos impresionantes y una partitura muy pegada al Morricone clásico que advierten al espectador más ávido de que puede que se trate de una cuidada pieza audiovisual. Por desgracia no es así y termina cayendo una y otra vez en los tópicos del género sin profundizar en nada en concreto.

La película gira en torno a un enfrentamiento de época entre dos hombres: Max Borlund, un cazarrecompensas interpretado por Christoph Waltz y Joe Cribbens, un jugador y forajido interpretado por Willem Dafoe. Dos personas que viven fuera de la ley. La película se centra de lleno en Max y en la última misión por encargo de esta vieja gloria. Sobre el papel, parece una forma fresca de hacer un western.

Durante un buen rato, El cazador de recompensas resulta entretenida. Escrita por el propio Hill, la película es más hablada que la mayoría de los westerns contemporáneos. Hay un par de buenas partidas de cartas y unas cuantas escenas de acción que merecen la pena. Sin embargo, las interpretaciones se llevan por tierra todo lo anterior y nada logra alcanzar cotas originales o diferentes a lo ya visto.

El cazador de recompensas se erige al final como una conjunción de tópicos colocados sin aparente sentido, contemplados por una cámara vaga e interpretados por un grupo de actores demasiado sobreactuados.