'Los Caballeros del Zodiaco': el arte de no hacer nada

'Los Caballeros del Zodiaco': el arte de no hacer nada

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Cuando recibí la noticia de que mi primer escrito iba a tener como protagonista Los Caballeros del Zodiaco he de reconocer que mi sorpresa fue mayúscula. Mi tendencia de visionados suele ir ubicada al cine de autor -algo que susurré entre bambalinas-, por lo que se me propuso el reto de arrinconarme en la sección más tediosa del cuadrilátero “cinematográfico”: el terreno del entretenimiento -nada más cerca y lejos, al mismo tiempo, de la realidad.

Lo que me he encontrado es un producto que intuyo, gustará a aquellos seguidores de este universo de artes marciales, mitología y acción -desconociendo absolutamente toda narrativa de este mundo y su posible fidelidad al material de origen-, además de pasar dos horas del todo afables con los más pequeños. En este punto están las “virtudes” y fallos de la película. Un producto que reviste una solidez muy endeble, no ya en sucesivos revisionados, sino en el propio transcurso del metraje. Desde el minuto uno, se puede apreciar una escasa locuacidad en el nivel de los diálogos, una dirección carente de un mínimo de intencionalidad narrativa (cámaras lentas efectistas, planos holandeses que no aportan, dirección de actores inexistente, nulo trabajo con los espacios o excesivos cortes, evitando dar algo de dramática a la narrativa), un montaje que lastra el desarrollo narrativo de la historia (continuos flashbacks que se repiten una y otra vez sobreexplicando conflictos de los personajes o saltos de ubicaciones y grupos de personajes de forma prácticamente aleatoria, algo que impide narrar bien la historia que se nos cuenta) y un pésimo uso de la música, ya que no acompaña el desarrollo de las tramas, sino que oculta el mal planteamiento de la misma, guiando al público qué debe sentir en cada momento.

            La película nos cuenta la historia de Seiya, un joven que, tras su dura infancia, se gana la vida luchando en combates clandestinos bajo el yugo de Cassius. Seiya, parece tener una conexión con un poder místico y ancestral que descubrió -y pretende olvidar- bajo las enseñanzas de su hermana. Esto le conectará con el personaje interpretado por Sean Bean, Kiddo, que intentará salvarle de los oscuros propósitos de su mujer, Guraad, y conducirle por los senderos de ese poder denominado “cosmos”. Camino que le conducirá a estar ligado a la figura de la hija de Kiddo, una joven que encierra en su interior un viejo espíritu ancestral que amenaza con poner en peligro al mundo. Seiya se embarca en un viaje en el que tendrá que hacer frente a su pasado traumático y encarar su futuro estrechamente vinculado a los poderes otorgados/canalizados por un colgante dado por su hermana.

            Este producto adolece de los mismos pecados que la mayor parte de proyectos de entretenimiento que se empezaron a dar a partir de la década de los 80 y que ha alcanzado su auge en este siglo: películas sin ningún tipo de impronta autoral, efectos especiales emulando a videojuegos, muchas explosiones, muchos golpes, carencia de trasfondo narrativo y, algo habitual en estos días, dejar la historia completamente abierta, para que en caso de una buena ávida recaudatoria, se continúe con sucesivas secuelas. No es algo concerniente a la senectud o juventud, nadie debería estar preparado para esto.