'Los Amantes del Engaño': ¿Crepúsculo de los Dioses? No, crepúsculo de recreo

'Los Amantes del Engaño': ¿Crepúsculo de los Dioses? No, crepúsculo de recreo

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Crepúsculo de los Dioses, Willy Bilder (1950); el inexorable transcurso del tiempo enfrentado al inquebrantable deseo humano de permanecer anclado al pasado, momentos de éxtasis y preservación inocente de una juventud ya decrépita. Oscuras son las aristas de tiempos vetustos que únicamente relucen en aquellos anclajes imaginarios de la mente. Aferrarse desconsoladamente a una época que jamás volverá. Lo único que permanece es aquella magia inherente al cine: no hay tiempo ni espacio capaz de absorber el legado que queda impreso en la imagen cinematográfica.

                De estos elementos intenta -y sólo intenta- emerger Los Amantes del Engaño, película francesa que acudió al anterior Festival de Cannes (fuera de concurso), aspecto que no deja de ser llamativo. Quién no sufre de ese innegable optimismo, ese halo de esperanza que parece darnos Cannes con sus películas… sí, lo confieso, acudí al cine con la banal ilusión de ver, al menos, una película más o menos bien resuelta, depurada y digna de ser proyectada en, a priori, el festival más reputado del panorama cinematográfico; prurito que duró unos breves instantes. Al comienzo (los primeros cinco minutos), ya era plausible que estábamos ante una película con la reiterativa fotografía de género ligero, cómico y de misterio francesa: colores muy vivos, brillo profuso y escaso trabajo de las sombras -cuánta personalidad y matices puede dar una fotografía y, al mismo tiempo, qué duro se hace un visionado con un trabajo de color y sombras tan plano-. En ese breve espacio de metraje, también se le veían las costuras en términos de montaje: qué dinámico parece intercalar tomas rápidas de distintos puntos de dos tramas que van a eclosionar, cortes que te van anticipando el inevitable encuentro; pues no. Si planteas un inicio -y más en un género como el de intriga- en el que pretendes que converjan dos historias, siendo este el detonante de la trama, no puedes montar tomas sucesivas que destapen o vayan anticipando la convergencia. O bien montas una parte adicional de la historia general -que ninguna relación tendrá con las otras dos-, o dejas única y exclusivamente el transcurso de la línea principal para imbuir al público en el misterio y sorpresa final de brusco enlace con la trama accesoria. En cuanto a la interpretación de los actores y la comedia, van de la mano: actuaciones sobreactuadas y previsibles, estereotipos por doquier y humor con nulo nivel discursivo. Por último, el desarrollo narrativo, quizá, sea el peor aspecto de la película: se repite una y otra vez el mismo esquema desde el principio, aportando escenas que sobreexplican una y otra vez las intenciones de los personajes, dando vueltas a los mismos conceptos y sin ofrecer ningún valor de desarrollo de los mismos; teniendo una duración -nada más y nada menos- que de 142 minutos, restándole alrededor de una hora, se hubiese paliado el soporífero e interminable segundo acto.

                La película nos cuenta la historia de Adrien, un prometedor bailarín que recién comenzado su periplo en la danza, sufre un accidente de moto que le impide continuar con su carrera. A raíz del incidente, este se inicia por los caminos de la seducción de ricas sexagenarias, dedicándose a vivir bajo el amparo y la protección de sus grandes fortunas. En el momento en que ejerce de amante de una antigua estrella del cine, Martha, conoce a Margot, una joven dedicada al robo y a la estafa, que le conducirá y convencerá para llevar a cabo un golpe casi definitivo.

                Los Amantes del Engaño, partiendo de los planteamientos de una de las grandes obras maestras de la historia del cine, hierra fatalmente sin conseguir ningún tipo de distintivo que la alce como una película con identidad; ni la comedia funciona ni la narrativa se encamina ágil, y tampoco siquiera funciona como divertimento detectivesco para el espectador. Una experiencia poco agradable.