'La última reina': el arte de morir de amor en el Argel del siglo XVI

'La última reina': el arte de morir de amor en el Argel del siglo XVI

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El 11 de agosto llega a los cines españoles la película franco-argelina La última reina, la primera como directora de la actriz Adila Bendimerad, que une su talento creativo al del cineasta Damien Ounouri. Algo más que meritorio, pues, además, ella misma encarna a la protagonista.

Los aficionados a la Historia disfrutarán de esta obra. Pero aquellos que tengan un punto crítico y valoren especialmente el que se nos narren unos hechos del pasado desde una óptica distinta a la habitual, la gozarán. Y es que, para nosotros, el que se nos hable del Argel de principios del siglo XVI es algo que, habitualmente, se reduce a una imagen lineal y deformada, encarnada, un tiempo después, en Cervantes preso en una cárcel argelina. Como mucho, nos suenan los piratas… Pero siempre vistos como los malos de la película.

Aquí sucede lo contrario. En un Argel tomado por los españoles, con el rey Salim prácticamente escondido y humillado, la única esperanza para recuperar la tierra arrebatada debe ser depositada, casi a la fuerza, en Aruj, el pirata Barbarroja (Dali Benssalah). Este, cual potro desbocado, cumple el objetivo y expulsa a los invasores… Pero muy pronto el rey ve que ha metido al enemigo en casa: lleno de ambición, el corsario anhela su dorada corona, su lujoso palacio y “montar su caballo y a su mujer”, la reina Zaphira.

Los acontecimientos de disparan y, asesinado el rey por un “traidor desconocido”, emerge un ‘Juego de Tronos’ argelino en el que se cruzan las ambiciones, las corruptelas y la violencia desenfrenada. Un caos sangriento donde, con fuerza, asoman dos luces que sobreviven a todo: la delgada línea roja que separa el odio y el deseo (entre la reina y el aspirante a nuevo rey) y, ante todo, el amor absoluto de Zaphira por su hijo pequeño, un Yahia que, pese a su debilidad y bondad en un mundo frío, cruel y oscuro, está llamado a suceder algún día en el poder a su padre. 

La cinta nos sumerge en el ambiente de la época con una sensualidad arrebatadora, tanto en el fiel vestuario como en la musicalidad que lo envolvía todo. Es fácil verse nadando en las lujosas piscinas del palacio, entre los destellos de piezas de oro y espejos de mar, del mismo modo que nos produce escalofríos asomarnos a las callejuelas de la fortaleza, en las que cualquiera podía perder la vida tras un simple chasquido de dedos.

Este es un valor enorme de la obra, pero el principal es la fuerza arrebatadora de la reina Zaphira. Adila Bendimerad es magnética, tras la cámara y delante de ella. Sus ojos, su voz, su amplia gama de matices interpretativos… Pero, sobre todo, nos quedamos con su insuperable capacidad para domar a una fiera desbocada. Ni más ni menos, que el legendario pirata Barbarroja.