'Las Chicas están bien': Y la espera que se produce en el tiempo abre el tiempo a la ausencia de tiempo donde no tiene sentido esperar

'Las Chicas están bien': Y la espera que se produce en el tiempo abre el tiempo a la ausencia de tiempo donde no tiene sentido esperar

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Mientras se espera, el tiempo que permite la espera se pierde a sí mismo para prepararse mejor para esperar. Y la espera que se produce en el tiempo abre el tiempo a la ausencia de tiempo donde no tiene sentido esperar. Esta reflexión de Godard se podría extrapolar a la percepción que tiene Itsaso Arana sobre el tiempo. Sobre el tiempo en la ficción. O en la no ficción. En la vida, al fin y al cabo. Mientras esperamos, el tiempo se desvanece, y es en ese instante prolongado donde la espera gana el pulso en nuestra lucha por actuar frente a lo que deseamos realizar. ¿Y por qué esperar y dejar que fluya el tiempo si podemos lanzarnos al abismo? Este concepto desesperado de actuar confiando en nuestra propia fe sería uno de los tantos telones de fondo que Itsaso esconde en una ópera prima que nace desde una mirada de fábula, casi quijotesca, hacia los sentimientos crípticos que las cinco protagonistas como personas, no como personajes, perciben y han percibido durante su estancia vital. Una estancia que, como bien dicen al comienzo, empieza de la manera más placentera posible y en la que el espectador, como si de un conjuro místico se tratase, se verá envuelto en la magia de sus andanzas. En la magia de un cuento de verano que, volviendo a esa idea quijotesca, parte de una casa, molino mediante, alejada en un pueblo que cuesta creer que pertenezca a este mundo.

Y la encargada de que parezca que estemos en un mundo pseudocósmico –entre la vida y la muerte, el amor y la pena, el sueño y la vigilia, lo bonito y lo triste– es Itsaso Arana, quien se nutre de sus experiencias pasadas para redactar su primera carta como directora. Y es que si bien La Virgen de Agosto –obra en la que Itsaso es coguionista y protagonista– era una película de autodescubrimiento personal bajo una perspectiva solitaria, Las Chicas Están Bien es un título con el que conocerse (y reconocerse) desde un prisma colectivo en el que también se trata la admiración como forma de halago y desahogo –y del miedo a expresarla–, esa mitología de los ilusos como soñadores, el amor como juicio efímero y aquella sensación sempiterna de no saber bien dónde, cómo y cuándo concluirá la experiencia relatada. Como ese cuento que tu madre te contaba y entrecortaba para leerte la noche siguiente. Pero no solo en esos puntos de inflexión se encuentra el nexo entre estos dos relatos estivales. También en la luz como componente revelador, en la división diaria de sus actos, en la cotidianeidad de sus palabras. Aunque, a pesar de su apariencia espontánea, casi azarosa, se encuentra un cine-ensayo puramente escrito y pensado. Un vestido hecho a medida hilado a través de repeticiones, fundidos, jump-cuts, planos subjetivos, fijos y abiertos donde no hay temor a romper la cuarta pared –recurso bastante  empleado en el cine autoral pero que aquí se percibe como un acto renovado, de confianza con el espectador, donde Barbara Lennie aparta la mirada a Itsaso para dirigirla hacia nosotros, de forma solemne, como si se parase el espacio-tiempo y fuese una amiga nuestra más de toda la vida mientras nos quema con sus palabras para confirmar que, durante todo este tiempo, hemos sido un protagonista más de la obra–. También en el alma de esta película-espejo, al igual que en Tenéis que venir a verla, a través de las conversaciones que tienen nuestras cinco amigas, se halla Ingmar Bergman en su afán de tratar las relaciones interhumanas. Donde lo simbólico se antepone a la narrativa convencional. Donde lo metafísico tiene más relevancia incluso que la propia historia que se desea contar. Donde se habla del amor como la mejor forma de conocimiento. De los muertos y su semejanza con el arte. De la existencia y la vergüenza de existir. De la interpretación de conceptos vitales que no habíamos llegado a sentir–como el amor o la muerte–. Del temor a la soledad.

Podríamos decir que esta vivencia, más que obra, es bonita y triste. Como las mejores películas y las mejores canciones. Porque, como dice el personaje de Helena, todo lo bonito es triste y todo lo triste es bonito. Pues toda experiencia triste guarda un carrete de buenos recuerdos. Esta idea puede nacer en Los Ilusos (2013): “Y él le dice que el cine es como la vida: una mezcla de cosas tristes y alegres”. Las Chicas Están Bien (pese a que en ella se relacione a los muertos con las pinturas y que en sus interiores y anocheceres se acerque a un preciso barroquismo –claroscuros–) sería algo así como un cine vivo, como un cuadro melancólico y radiante perteneciente al impresionismo. Ya sea por aproximarse a la realidad y proyectar aquello que la autora puede percibir e incluso palpar. Por exponer sus figuras principales al aire libre. Por utilizar minimísimos elementos para unificar toda la obra bajo una luz resplandeciente. Por, al fin y al cabo, representar la vida misma. Y es que Itsaso apuesta por la vitalidad, la vitalidad como ese concepto sagrado que no podemos perder.

Y hablando de la existencia, ¿sabéis qué es lo que más nos molesta en esta vida? Que no nos hayamos conocido a nosotros mismos. Que no nos podamos conocer. Este sería uno de los dardos que lanza la película y el corazón de la misma. Pues Itsaso Arana camufla en sus conversaciones y ensayos teatrales ensayos sobre la propia vida que sirven tanto para autodescubrirnos como para que Itsaso, Itziar, Helena, Bárbara e Irene –cinco amigas que conforman un plantel de ensueño– se conozcan mediante la retrospectiva del tiempo –los amores, las ambiciones, el destino– en un ejercicio-espejo en el que hay espacio para: presentarse imaginándonos un rol ficticio, interpretar emociones ininteligibles, revivir duelos pretéritos, confrontar sentimientos opuestos –alegres como el amor, el anhelo, la amistad o el crecimiento vital y tristes como la muerte, la soledad, la pérdida o el miedo al rechazo–, conocerse a través de la interpretación y la escritura, emocionarse frente a la luna mientras te desvaneces en plano y hasta ligar con un príncipe en una barra cualquiera de las verbenas del pueblo. En La Reconquista –la primera película de Jonás Trueba que protagonizó Itsaso–, las cartas pasadas servían como hilo conductor de un futuro encuentro. Seguramente, en un futuro, Itsaso releerá su primera carta y revisitará el pasado para encontrarse consigo misma en el presente. Y si las películas son cartas al futuro, no podría haber escrito una carta de presentación mejor. 

Para acabar, me vais a permitir esta licencia poética: Por películas como esta, avanza el cine. Y la vida.