'Sueños y Pan': los chicos del barrio

'Sueños y Pan': los chicos del barrio

3 Butacas de 5

El neorrealismo italiano abrió las puertas para que hoy en día nuevos cineastas, alejados de las propuestas de los estudios, sin pretensiones de taquilla y sin rostros conocidos, tengan la libertad y el deseo de contar una historia. La película como punto de partida y destino final. Una necesidad vital, la maldita manía de contar, como diría García Márquez.

Con esta osadía o insensatez, el cineasta Luis Muñoz Soto ha tomado una cámara y se ha aventurado por las calles de Madrid para brindarnos “Sueños y pan”, su ópera prima en el largometraje.

¿Qué podemos esperar de ella?

Pues una película que prioriza la libertad por encima de todo, donde muchos elementos clave del cine mainstream aquí no tienen cabida, ni falta que hace. La tesis queda clara desde el primer fotograma: somos testigos de la vida misma. La realidad de sus dos personajes, Javi y Dani. Dos ladronzuelos de estilo bressoniano que deben sobrevivir en un mundo que los ignora, sin trabajo, sin futuro, pero aún con sueños e ilusiones. Ambos comparten piso con una amiga drogadicta y su hijo pequeño. Se ganan la vida trapicheando y robando lo que pueden para luego fumarse unos porros y estar a su aire. Quizás lo más interesante de “Sueños y pan” es el tono, que no juega directamente con el drama, sino con la comedia ligera gracias al carisma del dúo protagonista.

Es muy interesante el papel que desempeña la capital española en esta película, siendo un lugar abandonado y quejumbroso, con una arquitectura segmentada, llena de grafitis y suciedad que, sin embargo, les brinda felicidad a pesar de todo. Son como niños en un patio de recreo: tienen sus problemas y conflictos personales, pero Javi y Dani son personas muy vitales. Unos fumetas que, a medida que los vas conociendo en profundidad, te encariñas con ellos.

Se nota la química entre los dos jóvenes intérpretes. Javier de Luis y George Steane han capturado perfectamente la esencia de sus roles, funcionando de manera excepcional en escenas intensas y momentos más ligeros. Pueden ser unos loosers, pero emociona ver su manera de luchar por lo que quieren.

El arranque quizás resulta un tanto ambiguo y tarda en presentar adecuadamente el conflicto y los personajes. Sin embargo, una vez superado este primer tramo, la película adquiere consistencia, planteando una trama más sólida y llevándote de la mano sin soltarse en ningún momento. Luis Muñoz Soto es capaz tanto de dar unas ligeras notas de crítica social con cierta solemnidad, como llegar a lo cafre como la escena del concurso de escupitajos.

La fotografía, a cargo de Joaquín García-Riestra Guhl, presenta un hermoso blanco y negro que se integra perfectamente con la historia urbana que están contando. La puesta en escena yuxtapone planos de gran composición visual con otros menos inspirados, pero que se salvan gracias a la frescura del montaje y a las interpretaciones de los actores (no pasa nada, en la Nouvelle Vague ocurría lo mismo).

¿Qué sucedería si estos chicos tuvieran una oportunidad? ¿Y si, tras hacerse con un cuadro, tuvieran la posibilidad de venderlo? Las esperanzas y necesidades empujan a nuestros personajes a un periplo por todo Madrid, explorando los bajos fondos del ser humano con una gran dosis de luz y bondad. La amistad y el concepto de familia se presentan como lo más importante. Durante los créditos finales, te darás cuenta de que tienes una sonrisa en el rostro, y eso es lo que realmente importa.