'Vidas Pasadas': existencias que perduran

'Vidas Pasadas': existencias que perduran

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Pasan los días, se suceden las proyecciones de películas, unas más buenas que otras, pero en el festival de San Sebastián todo el mundo sigue hablando de una de ellas: Vidas Pasadas de Celine Song. Quizás no es ese tipo de película que te gana el Premio del Público, que por ahora está en manos de La Sociedad de La Nieve de J. A. Bayona con una puntuación récord de 9,23 puntos, pero sí que es un trabajo que va creciendo en la memoria del espectador. Que se agranda con cada nueva conversación en la que intercambias impresiones y sentimientos. Ahí es donde radica la fuerza de una obra pequeña en apariencia que sin embargo trasciende mas allá que otras porque una vez apaciguado el ruido, ahí sigue Nora (Greta Lee), aguantando la mirada a Jung Sung (Teo Yo)

Vidas Pasadas es la primera película de Celine Song que además de dirigir, también escribe el guion y ejerce de productora ejecutiva. Song parte de un relato autobiográfico para indagar en los resortes del tiempo y conjugarlos con lo inesperado. Inesperado es, por ejemplo, que alguien de tu pasado colisione en tu presente y abra una nueva línea temporal con las trazas de un futuro que hasta entonces parecía improbable.

El guion de Celine Song es una pieza de relojería en la que no solo encajan todas las piezas, sino que cada una de ellas tiene su tempo conformando un crescendo emocional que estalla en uno de los finales más conmovedores y que más dará que hablar este año (y los que vienen). Para llegar hasta ahí Song enriquece ese camino con detalles, gestos, miradas que en el fondo son los que construyen la arquitectura emocional de la película. Ahí es donde entra el juego el trabajo de sus actores, empezando por Greta Lee vértice principal de un triángulo que completan Teo Yoo y John Magaro y las vidas pasadas y futuribles que representan cada uno.

Si su guion es impecable, no lo es menos su dirección. Es modélico como planifica el encuentro de esos dos amigos de la infancia que retoman el contacto después de tantos años: el aire que deja entre los dos al principio y el recorrido que ambos hacen hasta casi rozar sus manos cuando se sujetan a la barra del metro. Y en su final, sabe cómo escapar del cliché romántico y hacer que ese abrazo perdure (mucho) más allá de los títulos de crédito.