'Los Colonos': una obra brutal, dura y de gran solemnidad

'Los Colonos': una obra brutal, dura y de gran solemnidad

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Los colonos, la ópera prima de Felipe Gálvez se siente como una película necesaria. No solo por lo que logra formalmente, el instalarse en el western pero varios miles de kilómetros más al sur de donde aquel género se fundó. Llevando la contienda entre hombres blancos e indígenas al sur de Chile, la complejiza y la dificulta por el simple de hecho de adoptar el punto de vista de los nativos.

El contexto es la región de Magallanes de Chile, inicios del siglo XX y su protagonista es Segundo (Camilo Arancibia), un mestizo que es enviado a cercar tierras para un terrateniente junto a un soldado escocés y un estadounidense. Los tres, en una inmensidad de llanuras inhóspitas, avanzan abriéndole espacio al imperio de otro hombre. Que tengan que matar indios en el camino podría ser un obstáculo de guion en una película de cowboys que solo quiere añadir acción, pero lo que hace Gálvez es adentrarse en las repercusiones morales que tiene para su protagonista el incurrir en este tipo de atrocidades.

Todos le servimos a alguien, no se puede jugar a dos bandos. Menos en la mortal pampa patagónica. La naturalidad con la que chilenos ricos y extranjeros se deshacen de los indígenas para someterlos, usurpar sus tierras, y violar a sus mujeres es justo el conflicto moral al centro de un hombre al que le obligan a hacer lo mismo. Pero lo interesante, nuevamente, es que Los colonos no se queda tan solo en esa reflexión, sino que la lleva un paso más adelante en un tercer acto que invierte nuevamente lo que veníamos viendo y nos hace preguntarnos de nuevo por las prácticas de sometimiento que seguimos replicando. ¿Cómo se ve la colonización cuando ya no se trata sobre conquistar tierras?

En ese sentido el discurso se vuelve más relevante y urgente precisamente por la precariedad de películas que se hayan atrevido a explorarlo y lo necesario que es tematizarlo, especialmente en sociedades con un pasado como el que aquí entra en juego.

Es brutal y dura, como tiene que ser, y está hermosamente fotografiada como los paisajes de Tierra del Fuego merecen. Y pareciera querer rebelarse activamente ante la solemnidad de un cine clásico, utilizando un montaje rápido y preciso y una banda sonora moderna para recalcar que aquí se está hablando del ahora. Un western contemporáneo, que trata temas antiguos pero que nos siguen circundando, un acierto en idea y ejecución, una película de esas que sorprende que no hayamos hecho antes.