Ozu: legado perenne e inmortal

Ozu: legado perenne e inmortal

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De todos es sabido que el maestro nipón Yasujirō Ozu (12 de diciembre de 1903 -12 de diciembre de 1963) es uno de los directores más virtuosos en eso de escribir guiones y trasladarlos a la pantalla, además de ser uno de los cineastas más influyentes de la Historia del cine, siendo su legado perenne e inmortal. Así lo atestiguan las casi sesenta obras que componen su filmografía y así lo ejemplifica uno de los numerosos diálogos brillantes que copan la película que nos atañe: “Lo que realmente está al día es lo que nunca envejece”. Y es que el cine de Ozu, lejos de envejecer, está más vigente que nunca. No son pocos los discípulos que han tomado su filosofía de hacer cine, su esencia y, sobre todo, su estilo a la hora de hacer de lo cotidiano algo extraordinario. Así pues, en los últimos años, el coreano Hong Sang-soo con películas como La mujer que escapó, La novelista y su película o Introduction y el alemán Wim Wenders con la japonesa Perfect days (actualmente en los mejores cines de España) han aprehendido para sus obras cualidades como el estatismo fotográfico, la austeridad de medios, la falta de pirotecnia técnica y el costumbrismo narrativo que tan bien caracteriza el cine de Ozu.

Las hermanas Munekata (Munekata kyodai, 1950), que ahora, gracias a la distribuidora Atalante, llega a nuestros cines restaurada en 4K, no es una excepción de lo mencionado: Ozu construye su película a base de planos fijos, inamovibles, pues aquí lo importante son los personajes y sus conflictos interpersonales, ya sean de carácter romántico o familiar. El director de Cuentos de Tokio nos ofrece un relato costumbrista y reflexivo (dejando al espectador temas en los que pensar acerca de la muerte, el matrimonio, las modas, la personalidad o el destino) que combina lo cómico y lo dramático (buena cuenta de ello da el contraste entre la primera escena, que respira hilaridad, y las últimas, que destilan tragedia e incertidumbre hacia el futuro) sin estridencias mecánicas, pero con mucha inteligencia en la elección de cada encuadre, aportando originalidad y frescura a algo tan presumiblemente rutinario como pudiera ser la técnica plano-contraplano y enfatizando en los elementos que quiere ensalzar en cada escena, a destacar en este sentido la sutil pero certera dirección de actores, haciendo que todos brillen con luz propia. En otras palabras: Yasujirō Ozu se mantiene fiel a su estilo, dejando intacta su brillantez en lo que se refiere a realización y dirección. Tal vez en lo narrativo, la película no mantenga la misma regularidad, pues el libreto del propio Ozu y su habitual coguionista Kogo Noda es en cierta manera caótico en su cometido de hilvanar las distintas tramas que abarca y conectar las diversas escenas que conforman una cinta que tal vez no esté a la altura de los mejores títulos del creador de El sabor del té verde con arroz o Buenos días pero que no deja de ser una muestra perfecta (y al mismo tiempo una agradable rareza) de lo que significan Yasujirō Ozu, su filmografía y su huella en el mundo.