'Los Tonos Mayores': el pentagrama de la madurez

'Los Tonos Mayores': el pentagrama de la madurez

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El desarrollo personal es uno de los procesos más hermosos a la par que complicado. Infancia, adolescencia, madurez y muerte, cuatro etapas que definen nuestros pasos como seres humanos en el sendero de la vida.

La infancia y la adolescencia son sin duda dos de los momentos más mágicos, tiernos y dolorosos de la vida. Etapas en las que nuestras mochilas son cargadas por nuestros progenitores hasta darnos cuenta de que es necesario que carguemos con nuestras propias decisiones. Esa búsqueda de la melodía emocional y del desarrollo como mujeres y hombres del mañana forman parte del pentagrama cinematográfico de ‘Los Tonos Mayores’.

La ópera prima de Ingrid Pokropek sumerge al espectador en una fábula llena de ternura, dulzura, misterio y drama por las calles de Argentina. Un lugar en el que la realizadora tiene sus raíces y que la han convertido en una cineasta que respira pasión, dulzura y ternura en su mirada.

El largometraje de la directora nos presenta a Ana (Sofia Clausen) una joven adolescente que tras un accidente le implantan una prótesis en el brazo. Días después de la operación nuestra intrépida protagonista comienza a escuchar un sonido misterioso que se repite constantemente a medida que pasan los días. Como si de un código morse se tratara el misterio empieza a invadir a la joven tratando de encontrar una respuesta junto a la ayuda de sus amigos.  

‘Los Tonos Mayores’ es una búsqueda personal de nuestro desarrollo como seres humanos. No solamente aborda el proceso de cambio de la infancia a la adolescencia, también nuestra propia madurez emocional, de conseguir nuestros sueños sin perder las raíces. Sofía Clausen está maravillosa en un papel que respira honestidad, silencios y las emociones de una joven que busca las respuestas de su vida.

Son las propias calles de Argentina la que acompañan a Ana a través de sus miradas, los espacios por los que transita enfatizando el cambio de lo antiguo a lo nuevo.

La directora ofrece una mirada honesta, de una ternura sideral mediante una fábula que es una auténtica delicia. Una cineasta de una gran sensibilidad y que pone de manifiesto el talento de la juventud en contar historias.

Crecimiento, dolor, soledad y la esperanza de mirar a un futuro en el que Ingrid Pokropek tiene mucho que contar a través de las emociones de su corazón.