'Las Cosas Sencillas': Franceses de corazón

'Las Cosas Sencillas': Franceses de corazón

3 Butacas de 5

Si hay algo que funciona, es la relación del público francés con su cine. Hay un vínculo difícil de romper, y que ni siquiera Hollywood es capaz de eclipsar. Podemos especular que es puro patriotismo o gusto por sus propias historias; sea lo que sea, su taquilla es envidiable. Siempre priorizan su propia producción sobre la extranjera.

Películas como “Los chicos del coro” o “Intocable” son claros ejemplos de proyectos que venden muchísimas entradas, con una buena factura y un trasfondo emotivo. Historias sencillas, bellas, con momentos de comedia y que trabajan muy bien la empatía hacia sus personajes. Con “Las cosas sencillas” ocurre exactamente lo mismo. Es la fórmula del éxito.

La nueva película del director de “Delicioso” nos cuenta la lucha de contrastes entre el campo y la ciudad, entre el caos y la paz, el ritmo y la pausa. Aunque no es un tema novedoso, el alma que tiene la película nos hace emocionarnos por sus personajes y la honestidad con la que son retratados. Y no necesita nada más para llegar tan lejos.

Vincent tiene un accidente de coche y queda varado en una preciosa zona campestre. Por fortuna, aparece Pierre, un huraño paisano parco en palabras, que le invita a su casa, le ofrece algo de comer mientras repara el automóvil con total tranquilidad.

Desde el primer minuto, se describe de manera directa la diferencia de roles y cómo se va creando la química entre ambos, cristalizando en una bonita amistad, con bromas recurrentes bastante naif pero que funcionan perfectamente. El guion reserva más de una sorpresa, ya que Pierre no es todo lo que parece.

Durante el segundo acto, Vincent descubre que su vida como empresario de éxito y playboy ha llevado a su mente y su cuerpo hacia la quiebra. Siempre trabajando, siempre activo, viviendo una vida cínica, algo que contrasta enormemente con la plácida paz de la naturaleza que disfruta Pierre. Una evolución muchas veces vista. Aunque en ningún momento la película quiere ser rompedora.

Una comedia simpática, sencilla y sin pretensiones, algo que se agradece en tiempos de películas de tres horas más grandes que la vida. En su título guarda su mayor virtud: la simpleza y el detalle de lo que quiere contar para aprovechar al máximo los pocos elementos de que dispone mientras intenta emocionar al espectador. Un nuevo éxito comercial de la producción gala.