'La bandera': una comedia familiar que se iza hasta la mitad

'La bandera': una comedia familiar que se iza hasta la mitad

2’5 Butacas de 5

En su tercer largometraje, el director Martín Cuervo (Con quién viajas, Todos lo hacen bien) adapta la obra de teatro de Guillem Clua Al damunt del nostres cants. El resultado es una película liviana y entretenida, aunque bastante tópica y previsible, muy teatral en su reducida escenografía.

Tomás (Imanol Arias), padre de familia viudo, invita a sus hijos Jesús (Miquel Fernández) y Antonio (Aitor Luna) y a Lina (Ana Fernández), una chica que le ayuda a escribir su biografía, a comer en su casa. Ante la rareza de la reunión, los hijos piensan que está enfermo, pero lo que descubren que quiere comunicarles tiene que ver con su herencia.

La bandera es conceptualmente una especie de fusión entre Big Fish (2003) y la novela gráfica La casa (2015) de Paco Roca, pero con mucho más humor. Clua y Cuervo tratan de inducir a la melancolía familiar, alternando sus dosis dramáticas con la comedia que surge de la interacción entre sus patéticos personajes. Personajes, por otro lado, extremadamente tópicos —y sobreactuados —: el hermano ricachón y conservador, y el bohemio vividor sin un duro. Dos posturas contrapuestas y muy marcadas desde su apariencia física. Quizá el más interesante y relajado sea el de Ana Fernández.

El drama acerca la historia al espectador en mayor medida que sus momentos cómicos, desconcertantes muchos de ellos, y nos recuerda lo importante que es la familia y cómo el devenir de la vida termina distanciándola. De una forma similar en esencia a lo que Paco Roca —y por extensión Álex Montoya en su película— planteaba en La casa, Clua ensalza la figura de hogar familiar y la carga de un gran valor sentimental. La casa como registro emocional de la vida pasada, de la infancia: un lugar catártico en el momento preciso.

Volviendo a su título: La bandera, hace referencia al primer punto de giro clave para el desarrollo de la acción, esa bandera que Tomás coloca en la asta y que inteligentemente no se muestra (al fin y al cabo, todas las banderas generan crispación en  una postura u otra, no importa cuál sea…), pero da pie a la discusión familiar sobre el futuro de la casa y del patriarca —aunque realmente se siente algo impostado y absurdo el concepto de la bandera—, paralela a un claro conflicto político entre las visiones opuestas de sus hermanos (caricaturas de las posiciones que representan).

La película de Martín Cuervo no es muy memorable, pero tiene ciertos puntos de reflexión en el campo dramático familiar que pueden calar en el espectador, y eso sí, es entretenida. Hay que ser menos egoísta y quererse más, sobre todo entre la familia.