3’5 Butacas de 5

Este viernes 12 de julio se estrena en España Bikeriders. La ley del asfalto (2023), la nueva película del cineasta estadounidense Jeff Nichols (Mud, Take Shelter…) que adapta la novela The Bikeriders de Danny Lyon. Con estrellas actuales como Tom Hardy o el prolífico Austin Butler, la cinta de Nichols explora desde dentro los mecanismos de un clan de moteros americanos, con la violencia, tiranía y sectarismo que lo vertebran.
Durante los años 60, la película sigue al grupo de motociclistas del medio oeste de Los Vandals, desde su formación hasta la consolidación de una banda criminal más violenta que en su inicio. La joven Kathy (Jodie Comer) se enamora de uno de sus miembros más reputados, el enigmático Benny (Austin Butler).

Si Bikeriders tiene como claros referentes la mítica Easy Rider (1969), que se homenajea de forma explícita, o la serie Hijos de la anarquía (2008), su construcción narrativa recuerda de inmediato a la vertiente gánster de Scorsese. Los Vandals funcionan como una organización criminal autárquica, con sus propias leyes y rangos de poder, casi como los Joe Pesci y Robert de Niro de Casino o Uno de los nuestros; cuyo ascenso y derribo se describe al más puro estilo del italoamericano.

Esa disección tan detallada de la ficción y la organización humana que la conforma (la mafia en caso del citado, y el clan motero en esta película), mediante un acelerado montaje y voz en off, no es tan afilado ni concreto en la de Nichols, pero logra introducir en la historia y conocer a unos personajes secundarios maravillosos e igual de interesantes que los principales (Norman Reedus, Michael Shannon, Damon Herriman…).
La película de Nichols es una radiografía de un modo de vida y época muy concretos de Estados Unidos. Una convivencia forjada en el amor por el motociclismo, pero contagiada profundamente por el insano libertinaje de seres desamparados, sin rumbo —como los protagonistas de Easy Rider, aunque estos fuesen precisamente el foco de violencia externa— que terminan encontrando refugio en una colectividad sectaria al margen de la ley, que conforta a las almas perdidas haciéndolas sentirse parte de algo.

Aunque la película retrata al conjunto de la banda, la relación romántica entre los personajes de Comer y Butler son el pilar de su narración. Una relación renqueante que causa un efecto adverso por el carácter tan enigmático y críptico de Benny; motor narrativo de la cinta que, sin embargo, da la sensación de estar fuera de lugar —el pulcro cutis de Austin Butler no termina de casar con la imagen global de la banda de moteros maltrechos— y, sobre todo, queda completamente difuminado por la escasa profundización en su personalidad. Algo poco comprensible dada su importancia en la historia.

Bikeriders. La ley del asfalto es una película violenta, vil, descarnada y sucia, como el grupo de moteros que disecciona; liderado por un Tom Hardy en estado de gracia que llevaba años sin lucir el total de su talento. Una propuesta original (pese a adaptar una novela) en un momento cinematográfico copado por la sobreexplotación comercial de exitosas franquicias.
