2’5 Butacas de 5
Próximamente se estrena en cines Parthenope(2024), la nueva película de Paolo Sorrentino (La gran belleza, La juventud) que funciona como carta de amor a su Nápoles natal bajo una pretensión poética embriagadora y hermosa fotografía y música. Interesante, aunque algo pedante en sus formas, reiterativa y excesivamente libidinosa.
Parthenope (Celeste Dalla Porta) nace en aguas mediterráneas en 1950. La película recorre su vida completa hasta el día de hoy, pasando por sus idas y venidas emocionales, difíciles decisiones y amores pasajeros.
Paolo Sorrentino acostumbra a repetirse en sus películas, pero en Parthenope se lleva al extremo. Una epopeya litoral que aglomera fragmentos de la problemática vida sentimental de una joven adinerada como reflejo del camino a la adultez y reflexión sobre la belleza y el amor, que poco emociona a las personas de a pie. Un gran artificio hermoso en lo audiovisual —música e imagen son lo mejor de la película—, banal en una narrativa torpe por momentos, que pierde el norte como su protagonista ahogándose en las ponzoñosas aguas mediterráneas del italiano.
Un desenfrenado paseo por la aristocracia italiana, en que pareciera que el sexo es la única constante. La lascivia acecha en Parthenope hasta la situación más insospechada, causando un efecto reiterado de frustración al descubrir que la salida narrativa —e interpersonal en la ficción— ante casi cualquier encrucijada es la cópula más gratuita. El conocido erotismo mitológico —recordemos que la película formula en cierta forma la odisea de Parténope, sirena de la mitología griega que dio su nombre original a Nápoles— no es más que una excusa para dar rienda suelta al estímulo carnal en pantalla. Sorrentino empieza a asustar.
Es innegable el efecto encandilador de la película, bellísima en sus composiciones y fotografía, aunque por momentos sobrepase la línea de la fashion film. De esta manera plasma su incondicional amor por Nápoles y describe su arquitectura, su gente, su oscuridad… a través del enigmático personaje de Parthenope y sus vaivenes vitales. Una relación metafórica inteligente, al tiempo que ciertamente pedante en su desarrollo.
La cinta de Sorrentino se presta a un lirismo de fábula que forma un poso duradero tras su visionado. Algo así como la desconcertante sensación de haber presenciado algo poderoso al margen de sus ínfulas: una sensación diluida y brumosa más que un recuerdo incrustado. Lo triste es que Parthenope queda en eso, un pequeño reducto emocional en que es mejor no escarbar pues las objeciones antes pormenorizadas no tardan en salir a la luz. No es una obra mayor del italiano, pero supone un agradecido baño de hermosura audiovisual.