4’5 Butacas de 5

A lo largo de la historia siempre nos hemos preocupado por dilucidar qué es aquello que nos une; que nos identifica como pueblo; que nos ampara bajo el mismo paraguas. Ryan Coogler busca esa cosa que, sin saber muy bien cómo, consigue hermanar a las personas sin importar raza, género o condición. Y lo encuentra. Vaya que si lo encuentra. Hacen falta tan solo unos pocos acordes para provocar la reacción de cualquiera ante tan primitivo arte. La música es lo único de lo que no podemos renegar. La música es aquello que nos une.

Tratando de dejar atrás sus problemáticas vidas, dos hermanos gemelos (Michael B. Jordan) regresan a su pueblo natal para empezar de nuevo y fundar un club de blues. El problema es que van a descubrir que un mal aún mayor les espera para darles la bienvenida.
Los pecadores es una película irregular y arriesgada. Una cinta que abraza sin miramientos ideas que hubiesen sido desechadas por otros. Un salto al vacío. Una improvisación al más puro estilo del blues. No es una película perfecta ni necesita serlo, de hecho, en sus aristas radica su interés. Los pecadores indaga en aquello que nos hace humanos. La película difumina la línea que muchos tratan de trazar entre el bien y el mal para emborronar un tablero plagado de charlatanes e injusticias.

Rryan Coogler dirige su mejor película hasta el momento encabezada por un Michael B. Jordan que demuestra lo buen actor que es y el amplio registro interpretativo que puede llegar a desplegar. Para esta cinta no le basta con uno, sino que interpreta dos papeles. Los gemelos son dos personajes unidos por un mismo mal que huyen hacia delante sin tener muy claro dónde esconderse. Dos hombres negros aparentemente exitosos que regresa a sus raíces para enfrentarse al mal que los leva persiguiendo toda su vida.
Los pecadores pone el foco en las derivas radicales de ciertos grupos sociales. Comunidades que se valen del miedo y el odio para construir unas bases envenenadas. La película utiliza la música como arma frente aquello que pretende separarnos y radicalizarnos. Durante un buen momento consigue sumir al espectador en una realidad pausada y tranquila. Una donde se respira tolerancia y libertad. Una donde la convivencia sienta las bases.

La deriva fantástica que decide tomar en su tramo medio es atrevida y funciona allá donde otros hubiesen fracasado. Ryan Coogler compone un cuadro de diferentes estilos que no termina de ser redondo pero que siempre deja buen sabor de boca. Como película de época funciona, como película social también, como película de terror no tanto, pero al menos lo intenta y no le sale nada mal.
Los pecadores no solo encuentra aquello que nos une, sino que se reboza en el lodazal más asqueroso de la intolerancia para proponer una importante reflexión. La película es un canto a la esperanza, porque a fin de cuentas, la maldad es consecuencia de la bondad extraviada.
