2 Butacas de 5

Este viernes 25 de abril se estrena en cines de España The End (2024), la primera película de ficción del documentalista estadounidense Joshua Oppenheimer (The Act of Killing, La mirada del silencio), que divide opiniones por su extraña propuesta de escenificar el fin del mundo a través del musical.

Veinte años después del fin del mundo, una adinerada familia (Tilda Swinton y Michael Shannon) cuyo único hijo (George MacKay) nunca ha visto el exterior, vive recluida en un búnker construido en el interior de una gran mina de sal. La vida aparentemente tranquila que llevan se ve alterada cuando una extraña chica (Moses Ingram) aparece en las inmediaciones de la casa.
La cinta de Oppenheimer, en contacto con sus anteriores trabajos por su tratamiento sobre el belicismo y el conflicto de clases, tiene de interesante poco más que su premisa, pues, amén de algunas decisiones de dirección, una imponente escenografía —me refiero a esa colosal y diáfana mina de sal— y un reparto lúcido pero cada cual —personaje— más insoportable, no hace más que enredarse todo el tiempo en su discurso hasta resultar extenuante y repetitiva. La arriesgada vía musical que decide adoptar el cineasta resulta llamativa y, quizá consigue algunos de los mejores momentos del filme, sin dejar de ser aún así más que una mera anécdota cinéfila: he aquí un musical en el fin del mundo.

No son livianas además las monumentales dos horas y media que encierran las paredes monocromáticas de la caverna. Allí, poco importa el tiempo al uso, pero en la butaca, el tedio asoma un poco más con cada nueva peripecia argumental de un Oppenheimer fresco, en busca de algo único, pero de insuficiente garra en esta primera incursión en la ficción. No diré que es catastrófica, pero queda bien lejos de lo que podríamos considerar una película aceptable.
