'Bienvenido a la montaña': si nadie te aguanta en la ciudad, vete a vivir al campo

'Bienvenido a la montaña': si nadie te aguanta en la ciudad, vete a vivir al campo

2’5 Butacas de 5

El sueño cosmopolita por excelencia: huir a las montañas.

Michele, profesor de primaria, está harto de la vida en el extrarradio. Demasiados coches, demasiada contaminación. Él solo quiere salvar el planeta. Pero no le dejan. Después de 30 años en Roma, pide un traslado a un pueblo perdido en las montañas. Ahí, dice, encontrará la felicidad.

«¿Qué hago hablando de sostenibilidad, si aquí no hay nada que sostener?»

Pero nada sale como esperaba. Michele llega a su nuevo destino como pez fuera del agua. Otro urbanita más que viene a salvar el campo. Porque si la Italia rural muere, ¿dónde veraneamos en agosto?

La pelicula muestra una realidad cruda, la de una parte del país que agoniza. La natalidad cae, el talento se marcha. La montaña vive tres meses en verano y muere el resto del año. ¿Cómo salvamos la montaña?

Hasta aquí, todo funciona. Pero no por mucho tiempo.

«Haced algo que vuestros padres no hicieron: salvad el mundo antes de cenar.»

Todo va bien hasta que, a mitad de la película, las ideas se acaban. La trama principal se agota. Y cuando ya estás por levantarte, te das cuenta de que no. La historia, en un último estertor, resucita. El personaje se inventa cuatro excusas (flojas) para seguir divirtiéndose en la nieve. Y, una hora después, la película termina de nuevo, exactamente como había acabado antes.

Bienvenido a la montaña es un perfecto ejemplo de lo importante que es saber cuándo dejar de hablar antes de parecer pesado. Ese punto exacto entre contar tu chapa sin llegar a dar la brasa.

La película tiene los ingredientes de una buena anécdota. Pero, embriagada por la atención de los presentes, se enreda en los subterfugios de su propia historia, se hace la picha un lío, y termina con un: “lo que te iba diciendo…”, cuando ya nos habíamos dado cuenta de que la anécdota se había acabado hace rato.

Después de conocer al profesor Michele, me quedo con un aprendizaje: si nadie te aguanta en la ciudad, vete a vivir al campo. Si allí tampoco te aguantan… bueno, ese ya es otro problema.