'Lilo y Stitch': el bichejo azul que empapa de felicidad

'Lilo y Stitch': el bichejo azul que empapa de felicidad

4 Butacas de 5

Cada vez que Disney anuncia un nuevo live-action, una parte de mí se echa a temblar. Seguramente sea una parte adulta: la parte que se empeña en enfrentar cada personaje de carne y hueso con los recuerdos que tengo de cuando era pequeño. La conclusión siempre es la misma –y, probablemente, más equivocada que cierta–: antes todo era más bonito y mejor.

Por eso Lilo y Stitch me ha parecido genial. Se dirá mucho que es el mejor remake de Disney hasta la fecha, y lo es: más que nada porque la competencia tampoco ponía el listón muy alto. De entrada, se corona como la número uno. Pero esta película es más que la mejor de una lista de refritos.

Está dirigida por Dean Fleischer-Camp. Dean nos suena por ser el director de una pequeña joya del stop-motion llamada Marcel, la concha con zapatos. Este nuevo remake de un clásico de Disney trae al mundo real a la mascota perfecta. Devuelve a la pantalla gigante a Stitch, ese bichejo azul que siempre nos recuerda a alguien: al perro de una tía, al agaporni que tenías de pequeño, a la tortuga que te miraba fijamente con un ojo a cada lado de la cabeza. Porque de eso va la película: del vínculo que formamos con nuestras mascotas. Y, en serio, tal vez sea lo más real, lo más genuino, que ha contado Disney en mucho tiempo.

Lo más sorprendente es cómo, 23 años después de la original (yo tenía tres cuando se estrenó), la historia sigue pegando igual de fuerte. Supera cualquier brecha generacional. Las sensaciones que me provoca hoy, con 25 tacos, son casi tan potentes como las de entonces. Y eso no es tan habitual.

Muchas pelis envejecen, se actualizan y se convierten en otra cosa. Aquí no. Aquí el mensaje –el de la familia, el del ohana, el de encontrar tu sitio y tu compañía– sigue intacto y es igual de emocionante.

Gran parte de la culpa la tiene un reparto que funciona. Dean Fleischer-Camp ha reunido al equipo ideal. Maia Kealoha es Lilo: tiene esa vulnerabilidad y ese carácter tan marcados que definen al personaje. Sydney Agudong es su hermana Nani, y clava esa figura protectora a la fuerza. El resto del elenco se mueve con igual soltura en ese terreno de comedia familiar, tierna y bastante gamberra. Y, por supuesto, Stitch, que vuelve tal y como lo recordábamos, con la voz de siempre.

La película habla de comunidad, de cuidarse, de querer a los más pequeños. ¿Y hay algo más pequeño y adorable que un perrito azul con seis brazos y gafas de sol? Pues no. Por eso todos queremos (y necesitamos) a este Stitch de vuelta.

Y luego está Hawái. Desde el primer plano, desde que ves a Lilo bucear en esas aguas cristalinas, el sentimiento hawaiano te empapa. Todo es tan cálido, tan luminoso, que sales del cine con ganas de cambiar el billete de metro por uno de avión. Lilo y Stitch es un lugar feliz. Un recordatorio de que las mascotas que nos acompañan –y las que nos acompañaron– también son parte de nuestra familia. Y eso, hoy, es igual de valioso que 23 años atrás.