'El Jockey': el “Elogio a la locura” de nuestra generación

'El Jockey': el “Elogio a la locura” de nuestra generación

3’5 Butacas de 5

¿Qué se puede esperar el espectador si quiere ir al cine a ver “El Jockey”? De todo. No es una película acotada o encorsetada en un solo género. Es un ejercicio de libertad creativa desde el comienzo de la película, con una escena costumbrista, hasta el mismísimo final, con reminiscencias de Kubrick. Y todo entre la fauna de los bajos fondos bonaerenses.

El Jockey” (2024) es la última película del director Luis Ortega, que ya nos sorprendió a los espectadores con “El ángel” (2018). Para esta nueva aventura se reúne con grandes actores secundarios argentinos como Roberto Carnaghi, Luis Ziembrowski o Roly Serrano. Y añade una pizca de actuaciones extramuros con la presencia de Daniel Giménez Cacho, Mariana Di Girolamo y la inigualable Úrsula Corberó. Todo este ecléctico elenco añade su granito de arena a una historia que a cada minuto se vuelve más alocada y sin sentido. Sin embargo, no piensen que esta locura o necedad le pasa factura a la cinta; ni mucho menos. Es la mejor manera de salir de unos estándares prestablecidos para contarnos una historia que, en el fondo, es un drama. Porque sí, Luis Ortega podría realizar sin pestañear un melodrama sobre la aceptación de uno mismo y la autodestrucción que conlleva el rechazarse, pero eso, sin ánimo de ofender a nadie, lo puede plasmar en la pantalla muchos realizadores. Ortega quería salirse del molde ¡Y vaya si lo consigue! No creo que ni haya molde. Por eso esta película es una rara avis.

Lo mejor es que la gente vaya al cine a disfrutar de la película y que cada uno decida si le parece una genialidad o una tomadura de pelo. Aunque, hay varias señalizaciones que pueden prevenir al espectador. El cine clásico pero retador de José Luis Cuerda, lo absurdo de los Monty Python, la irreverencia de las películas Glenn Ficarra y John Requa y el aire porteño, son las referencias más cercanas que se pueden sacar de “El Jockey”. Si algo de lo anterior no es del agrado del espectador, sabrá con certeza que la película no es para él. Sin embargo, si no tiene problema con lo citado, vaya sin miedo a la sala de cine.

La decisión de ir o no, debe ser exclusivamente por la obra. Al cine se va a disfrutar y a pasárselo bien, y eso se consigue con un buen argumento, unos grandes actores y una puesta en escena cuidada. El resto es ajeno a la película. Y no es una advertencia baladí porque en el festival de San Sebastián, donde se presentó al público, se habló más de las declaraciones políticas del protagonista, Nahuel Pérez Biscayart, que de la película en sí. Lo cual es una lástima.

Por último, ir al cine a ver esta película también sirve como un pequeño homenaje póstumo a Daniel Fanego. Uno de esos actores secundarios que han llenado la pantalla de las películas argentinas las últimas tres décadas con su cara agreste y su voz grave. Murió poco después de terminar el rodaje, pero sigue vivo en sus personajes.

El Jockey no va a dejar indiferente a nadie. Es lo mejor que se puede decir de una película ¡Viva el cine argentino!