4 Butacas de 5

Como niño de los 2000, crecí con películas de adolescentes del siglo XXI. No recuerdo haber visto, hasta mucho más tarde, Los Goonies, Solo en casa o Regreso al futuro. En mi mundo de adolescente solo existía lo que se comentaba en los patios: Spider-Man 3, Harry Potter, Los juegos del hambre, Divergente, Las ventajas de ser un marginado… Historias de adolescentes (guapos) con vidas muy intensas.
No recuerdo las clásicas pelis de instituto californiano ni los largos veranos en campamentos. Las chick flicks noventeras no llegaron a tiempo para formarme como futuro adulto. Crecí queriendo ser mago en vez de reina del baile. Por eso, nunca he conectado del todo con series revival tipo Stranger Things.

Sus hijos después de ellos hablan también de esas pelis postnoventeras de instituto, de esos coming-of-age bonitos, de esos amores adolescentes. Juega con ese imaginario, sí. Lo hace precisamente para recordarte que ser adolescente en los noventa también podía ser, en efecto, una mierda.
La propuesta de los hermanos Boukherma es muy interesante. Plantea una historia de adolescentes en un pueblo cerrado, obrero y multirracial de la Francia profunda a lo largo de ocho años. Son cuatro postales de la vida de este chico, cuatro momentos que definen su adolescencia. Paul Kircher arrastra su personaje a lo largo de toda la adolescencia sin que apenas chirríe. El planteamiento, sobre el papel, era arriesgado. El actor, por suerte, lo hace parecer fácil.

La peli te mete en esos 90 a base de temas conocidísimos y atemporales (Iron Maiden, Aerosmith, los Pixies…). Sin ser yo amante de ninguna de esas bandas, reconozco que son las canciones perfectas para construir momentos tremendamente cinematográficos. El propio libro –en el que, por cierto, se basa la película– ya titulaba sus cuatro actos con temas tan ilustres como “Smells Like Teen Spirit” o “You Could Be Mine”. Es una herencia que la peli sabe recoger con dedicación y mucho estilo.
Volviendo a la ambientación, lo que hace única a esta película radica, en gran parte, en cómo construye esa Francia de barrio bajo, ese microcosmos donde todo se sabe y de donde no puede salir nada ni nadie. Las reglas son otras. Los sueños, si los hay, son de pocas miras.
La peli va de dura, y creo que eso es lo que más me atrae. Habla de violencia, de drogas, de jerarquía patriarcal, de muerte, de sexo… y de un montón de temas más que no diré para no entrar de lleno en el barro. Es un cóctel de muy alta graduación.

Gilles Lellouche, como secundario, se marca un papelón. Además del padre del protagonista, es la gran figura de la película. Se merienda los cuatro actos aun sin aparecer en todos ellos.
En cuanto a lo visual, es lo que te puedes imaginar mirando el póster: una película colorida y muy estilizada. ¿Demasiado estilizada, en fotografía y música, para lo cruda que es? En mi opinión, es ese contraste lo que la aleja de ser una peli de sobremesa.
Hay un poso de amargura en toda la película, una sensación de que, por mucho que luchen, el destino ya está escrito en un entorno como ese. La peli te transmite esa melancolía de los veranos que se acaban. Es, además, una película obsesiva. Explora bien esa línea fina entre un sueño y una obsesión enfermiza. Tiene algo de Xavier Dolan, y a ratos me da aires de cómo se construye el peso del pasado en La noche que Logan despertó.
No es una peli fácil. Pero tiene personalidad. Tiene actuaciones magníficas. Tiene crudeza. Todo eso se agradece. Para mí, Sus hijos después de ellos es lo contrario a un coming-of-age de instituto, y lo consigue sin dejar de ser lo que quiere: una historia de adolescentes (guapos) con vidas muy intensas. Vamos, que es de lo mejorcito que he visto este año.

