3 Butacas de 5

A ver, te voy a poner tres checks. Si cumples los tres, hay premio. Uno: te gustan los destinos de postal, los lugares paradisíacos. Unas Maldivas, un Benidorm en agosto, una Riviera Maya con pulserita. Dos: te gustan las pelis pintorescas, una fotografía resultona y una historia ligera. Tres: te gusta que las horas parezcan minutos y perder la noción del tiempo cuando entras a una sala de cine.
No sé si habrás marcado algún check. Pero puedo decirte una cosa: la directora de Si yo pudiera hibernar no ha marcado ninguno. Al menos, no con esta película.

La directora Zoljargal Purevdash, en su debut, te estampa contra la pared de la realidad: una Mongolia cruda, áspera y, para qué engañarnos, bastante incómoda. Es puro cine de supervivencia. El prota, Ulzii, es un chaval listo que vive en la absoluta miseria. Un día, ve en un concurso de Física la única posibilidad de salir de esa vida, ganar dinero y subir el ascensor social lejos de su país.
Y es que Mongolia no es (o no parece) ningún campo de rosas. La película muestra una tierra yerma, un lugar sin oportunidades. La honestidad duele, y esta peli es honestísima. Eso implica una visión dura del país y de la vida en él. Bendita o maldita honestidad, según lo que busques en una sala de cine.
La peli se construye entre dos estilos, y alterna entre ellos de forma bastante irregular. A veces es un drama social. Otras, una película contemplativa, casi sin diálogo. Salta de los gritos al silencio. Te descoloca. El ritmo es irregular; y, con todo, el contraste consigue (no sé si para bien o para mal) dejarte exhausto.

El guion se resiente con ese constante cambio de ritmo. Es el punto más flojo. El síntoma más evidente es que pasa de puntillas por muchos momentos dramáticos. Hay dramas cruciales que se explican con la profundidad de un telegrama. Por todo esto, la película no construye un clímax satisfactorio. Al final, pues te deja un poco frío.
¿Lo Bueno? La autenticidad: te crees esa Mongolia helada, la lucha diaria, la miseria y la solidaridad. Su gran baza es la verdad, y te sumerge de lleno en esa atmósfera gélida. La directora sabe transmitir el frío y la desolación más con imágenes que con diálogos. Sin ser espectacular, consigue con creces la sensación de desolación. Y el chico, Battsooj Uurtsaikh, está inmenso. Lo vive. Es el corazón de toda la peli.

Si yo pudiera hibernar es imperfecta, fría y tajante. ¿Necesaria? Depende de lo que tu cuerpo necesite. Ahora que han llegado las altas temperaturas, si vives en la urbe a 40 grados, igual te apetece entrar en una Mongolia de paisajes helados y tierra vacía. No vas a salir dando saltos de alegría, eso seguro. Es una ventana a otra realidad. Pero, ojo: en una cartelera tan plástica, un poco de realidad, a veces, se atraganta.

