'3 KM al fin del mundo': Consecuencias injustas en el Delta del Danubio

'3 KM al fin del mundo': Consecuencias injustas en el Delta del Danubio

3’5 Butacas de 5

A principios de los 2000, destacó una corriente de cine rumano que no solo cosechó éxito internacional, sino que también colocó a Cristian Mungiu en el mapa como uno de los realizadores europeos más interesantes. En la actualidad, es una cinematografía que nos llega a cuentagotas, pero que casi siempre es garantía de calidad.

En el caso de Tres kilómetros al fin del mundo, llega con la vitola de haber sido carne de festivales: ganó la Palma Queer en Cannes, pasó por la Seminci y es candidata al Oscar a Mejor Película Internacional. Casi nada.

Tres kilómetros al fin del mundo nos presenta a Adi, un joven universitario que regresa a su pueblo natal para pasar las vacaciones de verano. Lo que comienza como un retrato costumbrista y afectuoso —reflejado en la cálida relación familiar— da un giro inesperado tras un encuentro romántico con un turista extranjero. Este breve episodio desencadena una agresión homófoba (todo ello en off) por parte de varios vecinos del pueblo.

A partir de ahí, el relato se adentra en la maquinaria institucional y social de un entorno profundamente conservador. Los padres de Adi, lejos de quedarse de brazos cruzados, presentan una denuncia formal. Sin embargo, lo que podría parecer el inicio de un proceso de justicia pronto se revela como un callejón sin salida: la presión social se vuelca sobre la víctima y su familia, mientras los agresores quedan al margen del escrutinio.

La película subraya con crudeza cómo los prejuicios estructurales aún imperan en ciertos contextos. La policía, más preocupada por evitar el escándalo que por impartir justicia, intenta silenciar el caso, apelando al temor de que se haga pública la homosexualidad de Adi. El resultado es una historia cruda, incómoda y necesaria, que expone sin concesiones la fragilidad de los derechos cuando el entorno se vuelve cómplice del silencio.

Emanuel Pârvu se sirve de una puesta en escena sencilla y efectiva, componiendo un paisaje con un ritmo reposado que nos cuenta la historia a fuego lento (demasiado para según que público). Utiliza muchos planos master y evita vertebrar la escena en muchos planos, dando margen a los actores para que encuentren esa naturalidad y realismo que busca el cineasta. 

La verdad es que el alegato funciona: la denuncia es contundente, y el espectador reflexionará sobre la imagen y su discurso. Se trata de un drama sobre los conflictos en comunidades muy cerradas, donde se reniega de aquello que consideran pecaminoso o moderno. Esta película muestra una realidad que deja huella, una historia que puede suceder en cualquier lugar y que convierte el título de la cinta en un escapismo imposible de alcanzar en el mundo real.