3’5 Butacas de 5

A Hollywood le gusta tanto el relato extracinematográfico como el que puede ofrecer cualquier película. Es cierto que, últimamente, estamos viendo el regreso por todo lo alto de actores (caídos en el olvido) como Brendan Fraser o Mickey Rourke. Y justo este año, asistimos al retorno al panorama internacional de dos divas de los años ochenta: una rubia y una morena, ambas igual de explosivas, aunque con trayectorias muy distintas como actrices. Hablamos de Demi Moore, con La sustancia, y de Pamela Anderson, con The Last Showgirl.

En el caso de la protagonista de Ghost, su regreso a los focos ha sido arriesgado, con una propuesta de body horror cargada de crítica social. Por su parte, la exvigilante de la playa ha visto cómo su carrera hacia la estatuilla se ha desinflado, a pesar de no haberse perdido ni una sola alfombra roja.
The Last Showgirl nos ofrece una mirada lúcida y compasiva a los últimos días de un espectáculo de cabaret en Las Vegas, que se ha representado durante 30 años. Shelly, la protagonista, se ve obligada a abandonar su carrera como bailarina, a la que ha dedicado toda su vida (incluso sacrificando la relación con su hija).

Lo más interesante de la propuesta es ver cómo Anderson se apropia del papel, construyendo un trabajo que juega con la mezcla entre realidad y mito: entre conciliar la vocación con la vida personal y, finalmente, cuestionarse hasta qué punto merece la pena apostarlo todo a una sola carta.
Esto cobra aún más relevancia en una sociedad moderna en la que el feminismo va cobrando fuerza, y donde el trabajo de Shelly es visto poco más que como un espectáculo erótico de baja categoría. Para ella, sin embargo, ha sido su tabla de salvación en una vida que ha tenido momentos álgidos y que, ahora, en la madurez, le revela que haber vivido de su belleza le ha dejado cicatrices que le impiden avanzar.

Pero, a pesar de que Pamela Anderson está totalmente entregada a la causa y de ser el principal reclamo de la cinta, es Jamie Lee Curtis quien se juega el físico en una interpretación muy carnal, dejándose la piel en cada escena, en cada mirada y en cada calada a un cigarro. Curtis interpreta a una veterana compañera de Shelly que, ya sin poder vivir de los espectáculos, se busca la vida en casinos y restaurantes de Las Vegas, convirtiéndose en un reflejo de lo que será el personaje de Anderson en unos años. Es conmovedora y divertida, trágica y emocional. Un personaje que deja huella en el espectador y suma en cada aparición, regalando incluso un momento merecedor del Óscar.
Gia Coppola se sirve de sus filias cinematográficas para presentarnos con naturalidad plástica el contraste entre los personajes y la ciudad. Una búsqueda de un sueño que colisiona contra la dureza de la realidad en Las Vegas, como si la ciudad de Nevada fuera un bello animal que, a la vez, está devorando lentamente a todos los personajes de la película.
