5 Butacas de 5

“28 años después” marca el regreso triunfal de Danny Boyle al universo de los infectados con una película que, lejos de reciclar ideas, apuesta por expandir su mitología y llevarla a un terreno emocional, humano y visualmente desafiante.
Boyle demuestra que no ha perdido el pulso. Desde el primer segundo se siente su sello: cortes agresivos, cámaras inclinadas, planos inesperados y una edición que juega a favor de la tensión. Aquí las reglas del montaje clásico se rompen con propósito y dominio. En manos de otro director, podrían parecer errores. Con Boyle, son decisiones que refuerzan el caos del mundo postapocalíptico que retrata.

La película es un masterclass del cine digital. Grabada en su mayoría con iPhone 15 Pro Max, pero acompañada de ópticas profesionales, el trabajo de cámara de Anthony Dod Mantle vuelve a ser esencial. Hay secuencias que parecen sacadas de una pesadilla: sobresaturadas, pixeladas, sucias… pero siempre potentes. Y luego, como contraste, imágenes limpias, casi poéticas, como esa secuencia bajo la vía láctea que recuerda que, incluso en el fin del mundo, hay belleza.
Algo que me sorprendió esun recurso visual que usan cuando desviven a los infectados, el tiempo se congela con un truco técnico y artesanal a la vez, usando un rig con más de 20 iPhones sincronizados que giran en torno al cuerpo del infectado justo en el momento del impacto, generando una imagen que remite al efecto “Matrix”, pero con textura de video hiperrealista.

El sonido también es una pieza fundamental. La banda sonora y el diseño de sonido están diseñados con precisión. Cada respiración, cada golpe, cada latido están medidos al milímetro para sumergirte en un estado casi hipnótico. El horror no solo se ve, se escucha. Y eso hace que muchas escenas se sientan más intensas que en cualquier otra película del género.
En cuanto al guion, escrito junto a Alex Garland, la historia plantea un interesante cambio de paradigma. El virus Rage sigue encerrado en Gran Bretaña, pero la tensión no ha bajado. Ahora seguimos a Spike (Alfie Williams), un preadolescente que vive en una isla aislada del continente. Su viaje inaugural junto a su padre (Aaron Taylor-Johnson) para matar a su primer infectado funciona como un coming of age con tintes de survival horror.

El núcleo de la historia es familiar y emocional. La relación entre Spike y su padre es el hilo conductor durante la primera mitad, pero la importancia de la madre (Jodie Comer) en la segunda mitad cambia completamente el tono. Su interpretación es una de las más memorables del filme. También destaca el enigmático Dr. Kelson (Ralph Fiennes), un personaje que aporta una visión filosófica y estoica sobre el caos, muy en sintonía con los temas existenciales que se tocan.
El ritmo está medido. La estructura se divide en dos grandes viajes al continente, cada uno con su tono, sus riesgos y sus consecuencias. Además, hay varios homenajes visuales y sonoros a “28 días después” que los fans van a reconocer de inmediato. Hay un giro hacia el final que dividirá opiniones, y probablemente se hable mucho de eso, sobre todo porque puede ser una piedra angular de las secuelas.

Boyle y Garland entregan una obra madura. Una continuación digna que no depende de la nostalgia, sino que apuesta por contar una historia nueva en un mundo que ya conocemos, pero que aquí se siente más vivo, y más peligroso que nunca.
“28 años después” es probablemente la mejor película de horror del año, no tanto por los sustos o la violencia, sino por su capacidad para generar incomodidad, reflexión y emociones reales en medio del caos. Es un regreso necesario, una dirección magistral y una historia que se atreve a ir más allá.
