'A la deriva': un hermoso paisaje temporal

'A la deriva': un hermoso paisaje temporal

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Jia Zhangke filma lo imposible. Filma el cambio propiciado por el irrefrenable discurrir del tiempo, a la vez que inmortaliza el instante concreto de manera casi impresionista. Toda clase de rostros y paisajes se amontonan en las imágenes que el director chino plantea, y que la música, siempre inmortal como todo arte, anexiona de manera hermosa.

A la deriva es un viaje a lo más profundo de nuestro ser, individual y colectivo. Es el viaje desesperado que Qiao Qiao (Zhao Tao) emprende en busca de su amado Bin (Li Zhubin), y es un viaje embriagador a través de un mundo cambiante y, en concreto, de una China que evoluciona a lo largo del siglo XXI. Es una odisea en sí misma, que encierra su portento en la inasible forma que la edifica.

Los sueños son espuma”, dice un personaje en la magnífica obra de E.T.A. Hoffmann El magnetizador (1814/1815), y siempre me viene a la mente cuando asisto a obras como la de Zhangke, de inquietante fisicidad, que parecen un sueño filmado, o más bien una ensoñación. Como este delirante texto. Las imágenes y los sonidos se superponen, los diálogos escasean, todo se pone al servicio del audiovisual más contemplativo y exento de dramatización, para trazar una línea entre el mundo fuera y dentro de la pantalla que actúe como espejo en ambas direcciones.

La larguísima travesía que decide emprender la enamorada me recuerda en gran medida a la maravillosa, y también del año pasado, Grand Tour de Miguel Gomes, por la propia premisa y la manera en que describe tan inmensa ruta. A la deriva podría asemejarse a un cruce entre la mentada portuguesa y otra enorme cinta asiática de uno de los maestros del cine contemplativo como es Mekong Hotel (2012) del tailandés Apichatpong Weerasethakul, en la que el paisaje natural y humano a la orilla del río Mekong son inmortalizados de manera hiper naturalista y sobria, al son de una melodía de guitarra que nunca cesa.

A la deriva es un viaje sensorial en que es posible que cueste entrar, seguramente más a los menos habituados a un cine fuera del cauce comercial, y que de no hacerlo puede ser complicado disfrutar, pero en caso de dejarse llevar a las profundidades de la China cambiante del siglo XXI, arrastrado por su inmersivo montaje ahíto de transiciones sutiles, encadenados alucinados y poéticas codas; así como por su atrapante uso musical y el preciso retrato que lleva a cabo de sus gentes; es posible acceder a un trance artístico catártico.