3’5 Butacas de 5

Qué tan difícil es hoy en día, en primer lugar, poder ver una reivindicación cualquiera sin que esta no esté previamente condicionada por un tipo de sesgo disgregador e ideológicamente vulgarizado con peroratas maniqueas y, en segundo lugar, realizar cualquier tipo de alegato social, político, filosófico y/o religioso sin que inmediatamente genere ese clima polarizado, banal, zafio en el que, tanto el espíritu y la motivación de la obra como la recepción, crítica y reflexión del remitente, no estén imbuidas de ese carácter universal y colectivo que ofrece el arte: el “creador” ha renunciado a su tarea artística y el espectador ya no asume esa labor de interacción, comunicación y reciprocidad entre un objeto que ya no le exige y un espectro crítico ausente, sustituido por la simple asimilación de un discurso preconcebido para el consumo y el deshecho.

El cine, al ser un medio artístico con una ontología pura de la imagen y el tiempo -disposición perceptiva más inmediata para el ser humano-, tiene una responsabilidad única a la hora de expresar, captar e imprimir un mensaje subjetivamente universal y universalmente subjetivo de la existencia y los elementos que la conforman. Situación compleja y paradójica en la que se encuentra y siempre se ha encontrado el cine, en palabras de Jean-Luc Godard: “El cine se ha convertido en una mercancía. Ya no se filma para mostrar el mundo, se filma para venderlo. La industria ha hecho del espectador un rehén. No se le pide que piense, sino que consuma sin rechistar”. En la misma línea de pensamiento se halla el cineasta ruso Aleksandr Sokurov: “El cine no tuvo suerte con el lugar de nacimiento, ni con los padres que tuvo. El cine nació en el sur de Francia, en un café, y después se tornó en una mujer pública, de aquellas que van de mano en mano. Los franceses pensaron el cine para que fuera rentable, para ganar dinero”.

Los cineastas, a lo largo de la joven vida del cine, siempre se han dispuesto frente a una encrucijada histórica: de sus manos y ojos siempre ha pendido el fino hilo que ata y sostiene el destino del arte fílmico. Ningún arte en la historia de la humanidad ha tenido que luchar tan cruentamente para sobrevivir, ningún arte ha tenido que generar tantos anticuerpos contra ese virus que copta y parasita su corazón: el enemigo del cine respira y duerme en casa…
Frente al tormentoso y aparentemente descorazonador futuro del arte en su conjunto, y del cine en particular, hay cineastas y productores que continúan esa labor hereditaria de resistencia. El caso de ‘Black Dog´ es incluso más llamativo: el cineasta de este film, Guan Hu, ha transitado del entramado comercial e industrial chino de películas de explotación al cine. Siguiendo el camino trazado por la gran y excelsa generación de cineastas asiáticos de principios de los años 90 como Hou Hsiao-Hsien, Tsai Ming-liang, Won Kar-wai, Zhang Yimou o Jia Zhang-ke; Guan Hu ha ralentizado y desdramatizado drásticamente su narrativa y puesta en escena, al mismo tiempo que ha virado hacia un contenido más profundo y sustancial. Todo ello a pesar de mantener ciertas convenciones y costumbres que entiendo que es difícil de desechar completamente en este primer paso en su evolución cinematográfica. Este film apuesta de forma convencida y sincera por una estética contemplativa reforzada indudablemente por el uso casi absoluto de lentes angulares anamórficas, el trabajo de composición con la profundidad de campo y una relación de aspecto de 2.37:1, a lo que debe sumarse un gran número de planos estáticos y panorámicas descriptivas y atmosféricas, el alejamiento del punto de vista narrativo y el aislamiento del personaje principal a lo largo de los bordes del cuadro, además, los encuadres sobre encuadres, las simetrías, los puntos de fuga, etc ayudan y enfatizan la manera de vehicular el progreso narrativo del relato. Su fotografía desaturada, apagada y tendente hacia el gris, el negro y al azul oscuro junto con un trabajo específico del grano y la textura a través de película analógica consiguen transmitir esa aridez y entorno de caducidad y desaparición tan acorde al film.

Entrando ya en el aspecto puramente narrativo, ‘Black Dog’ aborda el encuentro, convivencia y colisión entre un mundo “urbano” e industrial en desaparición y la proliferación desbordante de la naturaleza, ejemplificada en los perros. A lo largo del film, esta disyuntiva y conexión irá acrecentándose según el protagonista vaya asimilando ese factor de redención que le va a otorgar ese vínculo con un perro en concreto. Guan Hu podría haber realizado un discurso ecologista y animalista vacío, pero es capaz de otorgarle esa trascendencia a través de una historia de retorno a esa convivencia primigenia y ancestral del ser humano con la naturaleza. El protagonista, con un pasado carcelario, conflictivo y familiarmente desestructurado, conseguirá no solo construir un futuro renacido, sino que además logrará sanar, apaciguar y conciliar su pasado mediante lo vivo, lo inocente…

En los confines del desierto de Gobi, en el noroeste de China, Lang regresa a su ciudad natal después de salir de la cárcel. Mientras trabaja para la patrulla encargada de limpiar la ciudad de perros callejeros antes de los Juegos Olímpicos, entabla una conexión inesperada con un perro negro. Son dos almas solitarias que se embarcan juntas en un nuevo viaje.
De las pocos puntos negativos y reprochables que le puedo achacar, son la excesiva dramatización en algunos puntos de la trama, algún que otro conflicto o línea narrativa innecesaria y el uso incomprensible de efectos especiales para escenas efectistas que desvirtúan el carácter intimista, reducido y pequeño de la historia, además de no tener la suficiente calidad como para no desconectar momentáneamente de lo transcurrido.
En líneas generales, ‘Black Dog’ es un film notable y necesario, que no solo gustará a los amantes de los perros, sino que un público sensible, paciente y exigente también sabrá valorar esta gran obra.

