
Hay cineastas que con pocas películas alcanzan la gloria. En Francia tenemos el caso de Jean Vigo y su magnífica “L’Atalante” (1934), y en Argentina a Fabián Bielinsky con sus dos proyectos, “Nueve Reinas” (2000) y “El Aura” (2005). También podríamos mencionar el caso de Lotte Reiniger y su único largometraje “Las aventuras del príncipe Achmed” (1926) o Satoshi Kon con sus cuatro cintas. Nadie niega la genialidad de estos cineastas que con poco han marcado el séptimo arte, pero en España tenemos la suerte de contar con dos genios que dejaron su impronta, y nada nunca fue igual tras su paso tras las cámaras, con muy pocos títulos. Uno es el enigmático Víctor Erice, el otro, el irrepetible Iván Zulueta. El caso de este último es paradigmático, pues “Arrebato” sigue atrayendo a los amantes del séptimo arte cuarenta y seis años después de su estreno, provocando las mismas dudas y preguntas que en 1979. Cuestiones que aún nadie ha sabido responder.

El cine español de la transición estaba encuadrado entre el destape, el cine independiente y la mal llamada tercera vía. Sin embargo, era un cine que recorría la senda marcada por corrientes artísticas o por la ley del mercado. Por lo que la aparición de “Arrebato” supuso una ruptura con todo lo establecido. Muchos críticos afirman que era una película adelantada a su tiempo, nada más lejos de la realidad. Zulueta sabía lo que hacía, y estaba rodando una película de su época. Es la película más de su época, de todas las que se hicieron. Si hubiera sido una rara avis nacida fuera de su generación, ahora estaríamos cansados de ver toda clase de producciones como esta película, y no es así. Nada de lo que hoy podamos disfrutar en los cines se parece a “Arrebato”. Y a pesar de ser una película que en ningún otro momento se pudiera haber llevado a cabo, se vuelve universal al tratar los temas fundamentales de toda existencia humana y las tentaciones a las que nos sometemos.

“Arrebato” trata, dentro de un McGuffin, de las pulsiones de una generación de cinéfilos que no estaban satisfechas pero que debían consumir cine, no podían dejar de hacerlo, aunque se les fuere la vida en ello. En ocasiones se les iba.
¿Cine experimental? Si es cine experimental, es la película más comercial que he visto de cine experimental o la más experimental dentro del cine comercial. Aunque la etiqueta no importa. Zulueta no busca, ni pretende, una etiqueta para su creación, porque es una creación, no una película. Es la esencia del séptimo arte por encima de todo y la experiencia que todo cinéfilo ha sentido alguna vez si ha decidido vivir esa vida de repuesto que es el cine.

Aunque la película no es sólo una amalgama de dudas y preguntas a la hora de intentar explicarla, en eso podríamos afirmar que Zulueta es el precursor de Lynch. Nada podría ser igual sin el trío protagonista. Sin esos tres personajes que intrigan al espectador y que son trasuntos nuestros. Hacen lo que todos haríamos, aún sabiendo cuál será la estación de destino.

Como si de una película de misterio de Hitchcock se tratara, es imposible hablar de “Arrebato” sin destripar la película y desvelar más de lo debido. Han pasado más de cuarenta años. Podría ser hora de hablar sin miedo, diseccionar la película y comentar los secretos que en ella encontramos, pero, aún hay gente con suerte, cinéfilos de nuevo cuño que no han disfrutado de la película ¿se acuerdan de su primer visionado?
Atrévanse a volver a chutarse esos 24 fotogramas por segundo. Éxtasis puro. Cinefilia por vena.

