3’5 Butacas de 5

Es bien conocido el amor de Fernando Colomo por el arte y por su trabajo. Basta ver una de sus películas para descubrir la dedicación del cineasta y su empeño por sacar adelante todo lo que se propone, anteponiendo siempre el disfrute a cualquier otro elemento. En su última película, Las delicias del jardín (2025), el ejercicio es más ocioso que nunca, pues se pone frente a la cámara con su hijo Pablo Colomo para ofrecer un infinito recital de buen rollo y camaradería.

La nueva cinta del madrileño acontece durante una gran crisis personal y económica, del pintor abstracto Fermín (Fernando Colomo) que, junto a su hijo recién llegado de la India y pintor figurativo Pablo (Pablo Colomo), se inscriben en un concurso millonario en el que deben versionar el famoso tríptico de El Bosco “El jardín de las delicias”. Como nos dijo el director de fotografía José Luis Alcaine -que acudió y presentó la proyección junto a Colomo-, la película está completamente rodada con un teléfono móvil, con un smartphone, pues querían probarse en el terreno de las nuevas tecnologías y la democratización de recursos que suponen. Pero, sin duda, lo más interesante que comentó, fue su intención de rodar todas las secuencias con un enfoque total, después de comprobar durante la pandemia que la gran fuerza del cine clásico residía en esta práctica técnica. Una particularidad cualitativa la impulsada por el veterano cineasta que consigue acercar la cinta al menos en parte al aroma clásico de esas obras de la época dorada de Hollywood, gracias también a la convergencia tan bien maridada entre comedia y drama, con unos personajes definidos que, aunque en ocasiones rozan lo ridículo, solventan con su carisma cada una de las secuencias del filme.

La nueva película de Colomo sorprende por la frescura de su desarrollo, a la par que por sus decisiones técnicas mentadas y es que, sin llegar a ser una cinta realmente memorable más que por estas curiosidades, consigue divertir sin demasiada pretensión, en gran parte por la comodidad y alegría que emanan cada uno de los actores. Es una película que se observa configurada desde un cariño especial. Padre e hijo comparten una química singular en la ficción, y enseñan la manera en que por más vaivenes que puedan plagar la vida, el amor nunca se esfuma y la calidez de las relaciones humanas es lo que nos hace sobrevivir. Fernando Colomo debería ser eterno, por su candidez y su desenfadado buen cine.

