4 Butaca de 5

Las llamadas feel good movies pueden estar un poco desprestigiadas por cierto sector del público, por ser historias a veces demasiado infantiles o que buscan la lágrima fácil. Pero, carajo, cuando están bien hechas son una auténtica maravilla. Y este es el caso de Rondallas.
Una película que nos cuenta la historia de un pequeño pueblo marinero que, dos años después de un trágico naufragio, decide que ha llegado el momento de recuperar la ilusión presentándose al concurso municipal de Rondallas (agrupación vecinal de música folklórica gallega).

Con esta premisa tan efectiva y clásica, Daniel Sánchez Arévalo construye una película coral muy bien equilibrada donde la comedia y el drama se funden perfectamente de manera muy orgánica. Es una sinfonía muy bien escrita con el único objetivo de emocionarte pero sin infantilizar los conflictos, que en este caso son realmente potentes y muy humanos (ojo a la decisión del personaje de Javier Gutiérrez).
Se nos habla de temas tan variados como el duelo, el sacrificio, el amor, la salud mental, la familia, la amistad y, sobre todo, el valor de la comunidad para superar momentos difíciles.

Cada personaje es un ingrediente necesario en este atractivo pote gallego. Todos aportan colores y sabores únicos a la trama, como el problema de salud mental que plantea el chaval que vuelve al pueblo después de estudiar en el extranjero, el miedo al olvido a los fallecidos que tiene la protagonista o la divertida relación que tienen los personajes de Tamar Novas y Carlos Blanco. En ese aspecto hay que decir que todos los actores y actrices están geniales en sus papeles. Sin excepción.
Pero al final, el verdadero protagonista de la película es el pueblo y el sentimiento de comunidad. Un sentimiento que se está perdiendo en la individualidad y la velocidad de los tiempos modernos, algo que esta cinta critica firmemente a ritmo de Rondalla (y con una preciosa fotografía de Rafa García). Es muy esperanzador ver como la creación de la Rondalla genera una sinergia positiva en el pueblo, ayudando a cada vecino a superar sus problemas. Un bonito detalle de la película es ver como las ancianas del pueblo se van animando poco a poco mientras van viendo los ensayos del grupo en la calle. O como los “malotes” del pueblo terminan participando en la propia Rondalla.

A ritmo de música folklórica gallega, Daniel Sánchez Arévalo ha diseñado un viaje donde el espectador se siente uno más del grupo. Un viaje donde nos hacemos amigos de los personajes y sentimos sus conflictos como propios. Una aventura que termina con un emotivo clímax dónde tradición y modernidad se unen gracias a una inesperada canción.
En definitiva, una divertida y emotiva “feel good movie” que hace una hermosa apología a la vida sencilla y a la necesidad humana de sentirnos parte de un grupo con un objetivo común: ayudarnos. Gracias Daniel Sánchez Arévalo por recordárnoslo.

Y no olvides que:
“La producción de cualquier obra promedia es más valiosa que cualquier crítica que podamos hacer” (Antón Ego)

