3 Butacas de 5

Décadas antes de la existencia de Hollywood, en el mundo del teatro ya empezaban a relucir estrellas propias del mundo del cine, tal es el caso de Sarah Bernhardt, conocida como “la divina”, la gran diva del teatro francés de finales del siglo XIX y principios del XX. Fue una mujer adelantada a su tiempo, excéntrica, magnética, con un ego monumental y una vida privada que escandalizó a su sociedad. Amada y odiada por igual, se convirtió en un icono de modernidad, de independencia y de teatralidad desbordante. Su figura merecía una película a la altura de su leyenda, pero “La Divina Sarah Bernhardt”, dirigida por Guillaume Nicloux y protagonizada por Sandrine Kiberlain, se queda a medio camino.

El mayor problema está en el montaje, nunca sabes en qué etapa de su vida te encuentras, la narración salta entre flashbacks, fragmentos del presente y un futuro que aparece sin contexto. La historia comienza por el final, lo que debilita aún más la empatía con el personaje y desordena cualquier progresión dramática.
Nicloux insiste en mostrar de forma reiterativa su vida íntima, su promiscuidad, sus amantes, sus insinuadas relaciones lésbicas. Sin embargo, aquello que la hizo eterna, su talento escénico, su voz, su capacidad de hipnotizar a un público entero, apenas se presenta en pinceladas. Y es justo en esos destellos teatrales donde la cinta brilla de verdad y donde Kiberlain logra acercarse a la energía desbordante de Sarah.

Lo que sí sostiene la película en más de un momento es su atmósfera de época. El vestuario, el maquillaje y la dirección de arte transportan a ese París con elegancia, mientras la fotografía aporta textura y cierta melancolía a la figura de la actriz. Ahí, aunque el guion se desvíe, se percibe el intento de recrear no solo a la mujer sino al tiempo complejo que vivió.
Pese a su ambición estética y a una interpretación entregada de Sandrine Kiberlain, “La Divina Sarah Bernhardt” se pierde en un montaje confuso y un enfoque narrativo que no logra capturar la verdadera esencia de “la divina”. Eso sí, reabre la puerta a redescubrir a una figura que fue mucho más que un nombre en la historia del teatro.

